Enrique López

Las reglas del juego

La Razón
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En nuestro país se están desarrollando esfuerzos de cambio, regeneración y reforma que, orientados al bien común y, sobre todo, pensando en los intereses de los ciudadanos y de la sociedad en general son muy positivos. Ahora bien, hay que distinguir lo que son procesos de reforma de los de regeneración, puesto que los primeros tiendes a mejorar un sistema político e institucional valorando lo que ya se tiene, mientras que los segundos parten de un pretendido status de degeneración que habría que eliminar; en este último tipo de procesos, el problema se produce cuando los ímpetus de cambio no se ordenan dentro del sistema a través de los procedimientos establecidos, cuando las emociones sustituyen a la razón en la política y nos movemos en una situación donde exasperan las propuestas de transformación enfrentándose a la contundencia del «abajo lo existente», de tal suerte que lo revolucionario termina colonizando los impulsos de regeneración, provocando lo contrario de lo perseguido, una profunda degeneración del sistema. En un régimen democrático el respeto a las instituciones públicas es esencial, y tal respeto debe serlo tanto a las reglas del juego como a sus resultados, y ello cuando se gobierna como cuando se está en la oposición. En esta línea, un problema no menor se produce cuando, por ejemplo, en las políticas de nombramientos de los responsables de importantes instituciones del Estado se cuestionan las reglas preestablecidas, pero solo cuando, como consecuencia de su raquitismo electoral, no pueden ejercer influencia en la designación, comenzando a cuestionar los nombramientos con gran descrédito para los seleccionados, denostando el ejercicio de los instrumentos que poco tiempo atrás resultaban de tanto éxito en las designaciones, porque poseían la mayoría suficiente para dirigir esta acción política. Los sistemas son mejores o peores en su esencia, y no dependiendo de quienes ostenten el legítimo poder en cada momento. Con ello, lo que se pretende es generar una suerte de desigual valoración del resultado, puesto que cuando el designado lo es a propuesta de determinada fuerza política es un profesional de una solvencia indiscutible, pero cuando el designado lo es a propuesta de otra fuerza resulta un nombramiento politizado y se cuestiona el grado de profesionalidad del elegido. Con semejante actuación no solo se somete el sistema a fuertes tensiones, sino que se produce una deslegitimación que será perjudicial para todos, porque la opinión pública se pondrá en contra del modelo en general y ya no importará quien ejerza la labor de designación, sencillamente estará denigrado, y surgirá la necesidad de regeneración, aunque no se sepa por qué. Ante ello, solo cabe pedir un poco de responsabilidad y respeto a las reglas del juego, aceptando los resultados cuando se gobierna y cuando no. Decía Abraham Lincoln que «se puede engañar a parte del pueblo parte del tiempo, pero no se puede engañar a todo el pueblo todo el tiempo». Los menos legitimados para criticar son aquellos que hicieron los mismo que critican.