Enrique López

Las utopías despóticas

La Razón
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En la obra de Paul Jonson «Tiempos Modernos», en concreto el capítulo que inspira este artículo, se define a Lenin como el primer ejemplar de una nueva especie: el organizador profesional de la política totalitaria, y comparto la afirmación de que Lenin estaba muy lejos de ser un marxista ortodoxo, al contrario, en ciertas cuestiones esenciales no fue en absoluto marxista, aprovechando la dialéctica para justificar conclusiones a las que ya había llegado por vía intuitiva. Parece mentira lo cerca que volvemos a estar de este tipo de personajes que, eso sí, se declaran marxistas sin haberse acercado a una página escrita por Marx. Pero al que parecen haber leído es a Engels, cuando decía que «lo peor que puede sucederle al jefe de un partido extremista es verse obligado a asumir el gobierno en una época en que el gobierno aún no está maduro para el dominio de la clase a la que él representa». Ante esta dificultad, Lenin encontró la solución: no se puede esperar a la madurez del pueblo y que éste acierte mediante el voto democrático, y por ello, se debe evolucionar la historia e imponer el modelo político comunista mediante la revolución. La democracia está basada en normas y reglas que permiten que se desarrollen los procedimientos de forma previsible y ordenada, pero esto no satisface a algunos, y como Lenin se sienten impacientes, acudiendo a las vías de hecho –eso que se denomina «la calle» bajo el eufemismo de democracia directa–, para conseguir victorias políticas que de otra forma no obtendrán. Extrema derecha y extrema izquierda se necesitan y coinciden en este planteamiento, ante lo cual sólo cabe la generación de pactos entre las fuerzas políticas respetuosas con las reglas democráticas frente a este tipo de movimientos. Esto se da en Francia y en Alemania, por ejemplo, y esperemos que en España también. Decía Tocqueville que el matrimonio sobre el que se asienta la democracia, la igualdad y la libertad, no es un matrimonio feliz, y parece que hoy algunos se empeñan en su divorcio. La razón es que algunos aman más la igualdad que la libertad y la aman más porque, avanzando hacia el fracasado colectivismo, la igualdad les resta a los individuos el peso de la responsabilidad. Ser libre requiere coraje, porque se puede ser igual hasta en la esclavitud. Los responsables de verdad deben llegar a un amplio consenso que se funde en el respeto a la libertad del individuo y el respeto a las reglas de la democracia y esencialmente a sus procedimientos. Todos aquellos que propongan desviarse de este curso a través de apelaciones a la democracia directa sobre la base de la presión popular propia de la oclocracia aristotélica, deben encontrar una sola respuesta, la fuerza de la Ley y de la razón. Por ello los políticos serios, que son la mayoría, no pueden sucumbir a estos cantos de sirenas y, si hace falta, tal cual Ulises, atarse al mástil del navío para poder mantener el rumbo sin devaneos ni frivolidades; al final, las vías de hecho justifican otras vías de hecho, y esto produce enfrentamiento civil.