Casa Real

Legitimación y legitimidad

La Razón
La RazónLa Razón

Una de las imágenes que nos ha dejado la semana ha sido la del diputado de Unidos Podemos por Jaén, Diego Cañamero, que acudió al Congreso con una camiseta con el lema: «Yo no voté a ningún Rey» precisamente el mismo día en que los Reyes presidían la Solemne Apertura de la XII Legislatura en la Cámara Baja. Tampoco era ninguna novedad. Tras resultar elegido diputado el 26 -J, ya acudió al Congreso llevando otra camiseta con lema, en defensa de su compañero de partido Andrés Bódalo, tres veces condenado, la última por agredir a un concejal socialista. Lo mejor no fue sin embargo la nueva camiseta, sino las explicaciones que quiso dar de inmediato: «No es una provocación. Es algo amable, cariñoso para la sociedad, pidiendo que cualquier representante de la vida pública tiene que pasar por el voto, por la criba del voto de los ciudadanos». El caso es que finalmente la camiseta y su lema se quedaron un poco perdidos entre tanto numerito, como se produjo en el hemiciclo y alrededores. Y fue una pena. Tampoco es que Cañamero sea un intelectual, pero sí es oportuno hacer alguna consideración –tan amable como su camiseta– sobre el lema y algunas otras declaraciones de sus compañeros de partido.

El mismo día que Pablo Iglesias fue elegido líder de Podemos hace dos años, en su primer discurso dejó claro que era fundamental acabar con el «régimen» de la Transición y reclamar un proceso constituyente ante un régimen que se derrumbaba. Hasta entonces la Transición pasaba por ser uno de los momentos más brillantes de la historia de España; una etapa en la que los partidismos dejaron espacio a un proyecto común, una bandera y un himno aceptados por todos y un proyecto ilusionante de futuro. Parte decisiva de aquella etapa fue el referéndum constitucional por el que los españoles nos dimos una nueva Carta Magna con unos derechos y libertades y, por supuesto, un marco legal de convivencia. Entre las cosas que la nueva Constitución establecía estaba el tipo de democracia en la que viviríamos: una monarquía parlamentaria encarnada en la figura de Juan Carlos de Borbón y sus descendientes.

Por supuesto que al que ya entonces era Rey no le habíamos votado los españoles. Lo había nombrado «sucesor al título de Rey» Franco y sus Cortes nada menos que en 1969. Ni siquiera era el legítimo heredero, pero era el que le gustaba a Franco, porque no se fiaba de su padre, don Juan, que por entonces era el Jefe de la Casa y, por lo tanto, el llamado a suceder «legítimamente» a su padre Alfonso XIII. Pero esa legitimidad dinástica nada tiene que ver con la legalidad que había entonces en España. Y el heredero fue su hijo y, a la muerte de Franco, Juan Carlos I fue proclamado Rey por las Cortes. Comprendo que introducir el término legitimidad dinástica quizá implicaría añadir más líneas a la camiseta de Cañamero pero, para no liarla más, creo que sólo es pertinente recordar que la Constitución instauró –así, instauró– una nueva legitimidad. Y sólo por una razón: porque la votamos y aprobamos los españoles. Es decir, que Juan Carlos I pasó a ser Rey legítimo porque –entre otras muchas cosas que estaban en el texto constitucional– legitimamos que él fuera el Rey y también que sus «herederos» le sucedieran en el trono. Por eso Felipe VI y la Princesa de Asturias Leonor también son resultado de aquel voto de los españoles. Conclusión: a este Rey sí le votamos y quizá al otro –eso ya no lo sé– hasta el propio Cañamero pudo hacerlo.

Pero si Iglesias quiere cargarse aquel régimen es también por la estabilidad que nos ha dado. Sé que últimamente ha reculado y ahora ensalza las virtudes de la Transición, pero sin duda sigue pensando que deberíamos haber votado un modelo de Estado, quizá monarquía o república. Olvida que algunos partidos republicanos pidieron votar no a la Constitución precisamente por aquello. Y así les fue. Por eso, y mientras tanto, pues camisetas y numeritos. Y es que no aceptan –porque no les gusta– lo que votamos.