Barcelona

Líderes y mediocres

La Razón
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Es más fácil reconocer un liderazgo que intentar definirlo. Cuando se pide a alguien que describa sus características, brotan una serie de ideas que, juntas, bien podrían configurar la idea de lo que se percibe como liderazgo.

Entre todas ellas, hay dos que, desde mi punto de vista, son esenciales. La primera se refiere a la asunción de responsabilidad del líder, toma decisiones y se hace cargo de las consecuencias. Los demás han depositado su confianza en él y le siguen.

La segunda consiste en que un líder asume el estado de ánimo de la sociedad y sea capaz de cambiarlo, no se mimetiza de él, lo transforma y con él, el pensamiento de la sociedad.

Sin embargo, hay demasiados mediocres y pseudolíderes, que optan por no ponerse en primera línea nunca, es más sencillo escuchar que grita la algarabía y subirse al atril para gritar lo mismo, recibe el aplauso del grupo, pero no lidera nada.

El Sr. Puigdemont pertenece a esta última categoría. Todo el recorrido de los últimos meses, tensionando y fracturando a la sociedad catalana, haciendo bailar en el filo del ilícito penal a sus cargos públicos y provocando una crisis económica, justo después de haber sufrido una de las graves de la democracia, ha venido mediatizado por una deriva sin punto de llegada previsto y a su incapacidad para imponerse a los más radicales que han terminado por adueñarse del difunto procés.

La aplicación del art. 155 ha sido un alivio para todos los catalanes. Tanto para los que han sufrido la agresión independentista que ha intentado arrancarles su pertenencia a España, como para los propios separatistas, que culminaron sus despropósitos el pasado viernes con la declaración, mediante voto secreto, de independencia del Parlament.

Después de la descarga de bilis acumulada de los dirigentes independentistas, sus seguidores han vuelto a la realidad, para certificar que la declaración es un fantasma que no tiene valor alguno y que no ha causado efectos en el contexto internacional, ni siquiera en la propia Cataluña, en la que al día siguiente la gente volvió a una normalidad deseada y necesaria.

El Estado de Derecho ha funcionado y los momentos más delicados se han salvado. El separatismo no se ha atrevido a materializar sus amenazas de tomar por la fuerza algunos puntos clave como el aeropuerto de El Prat, el puerto de Barcelona o el propio Parlament y el relevo en la jefatura de los Mossos se ha producido con absoluta normalidad. Lo mismo ha ocurrido con todos los órganos de gobierno de la Generalitat.

Las elecciones del 21-D son la oportunidad de esa mayoría silenciosa que ha sufrido en los últimos tiempos la intransigencia nacionalista. Una derrota democrática del separatismo es la mejor vacuna en el futuro para aquellos que se dedican a crear problemas ficticios de convivencia en un Estado de Derecho.

Siempre habrá quien para alcanzar sus objetivos personales no le importe dañar el Estado de Derecho. De esta manera, la Sra. Colau se ha anticipado a criticar la convocatoria de elecciones. En realidad, su crítica a la aplicación del art. 155 tiene un solo origen: aspira a la presidencia de la Generalitat y anticipar las elecciones le rompe sus tiempos.

La derrota electoral podrá ser un bálsamo para el Sr. Puigdemont, que entre su sometimiento al radicalismo de la CUP y el miedo a las consecuencias penales de sus actos, ha demostrado su incapacidad para el liderazgo.

Los dirigentes nacionalistas catalanes deberían leer para otras ocasiones aquella reflexión de Demócrito que dice: “Si uno espera lo inesperado no lo encontrará pues es difícil de escudriñar y de alcanzar”.