Fútbol

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Lisbeth

La Razón
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En este universo futbolístico infinito que nos conmueve, la pelota pone la emoción y los paraísos fiscales. No hay agentes externos capaces de decidir el destino del campeonato de la regularidad, ni los árbitros. Pero los hay que, sin el menor escrúpulo, manejan las jugosas fortunas que renta el balón.

Cada día sorprende menos que a tal o cual futbolista le persiga la Fiscalía o la Abogacía del Estado por evasor. Los penúltimos, Falcao, mientras estuvo en el Atlético, y Coentrao, del Madrid. Ambos, de la cuadra del todopoderoso Jorge Mendes. Con cada descubrimiento, se eterniza el Madrid-Barça. En el Camp Nou, Messi y Mascherano encabezan la alineación de defraudadores, mientras que por el Bernabéu han pasado Alonso y Di María, ahora Coentrao, y se mantiene en riguroso secreto la investigación sobre Cristiano Ronaldo, cuyo delito, de haberlo cometido, prescribirá el 30 de junio. El suspense en torno a él pone de los nervios al culé porque siente que a los suyos les miden con rasero diferente y que en este encuentro judicial salen claramente perjudicados. O los asesores de Cristiano son más listos que los de Messi, y Mendes protege las inversiones de su estrella mejor que las de cualquiera de sus clientes, pillados varios en renuncio, o la relación comercial de Ronaldo con esa sociedad irlandesa conocida como MIM y Polaris es de caja de ahorros. No obstante, y para terminar con todos los ladrones y erradicar cualquier sospecha de los presuntos culpables, sería imprescindible contratar a Lisbeth Salander y a Mikael Blomkvist para que en el próximo número de «Millennium» desenmarañen esa enredada madeja de los derechos de imagen, las sociedades interpuestas y los paraísos fiscales. Si Stieg Larsson resucitara, escribiría, tal vez, una cuarta entrega, en este caso mediterránea: «Los futbolistas que pensaban que engañaban a Montoro». Entonces Hacienda volveríamos a ser todos.