Nacionalismo

Lo de PEP

La Razón
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Lo bueno del fútbol es el gusano infantil que baila en tu estómago cuando marca tu delantero dilecto. Lo peor, más allá de hoolingans y periodistas sobrecogedores (que cogen sobres, pero también que sobrecogen, por burros), el nacionalismo prêt-a-porter que tanto anima las tardes del gentío. No digamos la fatalidad de vivir en otro país, pongamos EE.UU. El amargo trance en el que intentas razonar a tus vecinos las esotéricas reivindicaciones de un club. Pero cómo, ¿qué el F.C. Barcelona apoya un referéndum de autodeterminación? ¿Qué solo votarían los ciudadanos españoles de Cataluña y queda excluido el resto? ¿Y dices que Pep Guardiola ampara semejante majadería? Por supuesto no exclaman majadería. Eructan bullshit. O fascism. Porque serán gringos y beberán cocacola, creerán que al fútbol verdadero se juega con la mano y que lo nuestro es soccer, pero miren, algo saben de territorios secesionistas, de élites que aspiran a decidir por todos, de viejos delirios con boina de sangre y bandera confederada. Aquí, si a los Dallas Mavericks se les ocurre jalear un hipotético referéndum de autodeterminación en Texas, hace tiempo que habrían encerrado a sus jefesitos en el frenopático. O acaso un juez habría tenido la delicadeza de explicarles el abecedario constitucional, en plan Barrio Sésamo pero con grillos. Aquí, cómo decirlo, admiten pocas bromas con la ley. Está por encima de todos. Incluso de quienes en su incurable narcisismo se creen especiales, bendecidos con atributos tan diferenciales y/o diferenciados que pueden retorcerle el pescuezo a la Constitución para encontrarse a gusto. Y si resulta complicado desembrollar las razones por las que unos particulares se creen con derecho a decidir por todos y apuestan por el referéndum, tan búlgaro, frente a la democracia representativa, imaginen si encima tus interlocutores conocen Barcelona. El pasmo de comprobar que un territorio tan rico y mimado vaya por la rúa en plan Timor Oriental o Sáhara oprimido bajo la Marcha Verde. Son las cosas del querer, respondes, tú eres alto y yo bajita, tú eres rubio y yo tostá, tú de Sevilla la llana, y yo de Puerto Real. O así. Lo que sea para esquivar la vergüenza de glosar un tiempo y un país en el que parte de sus ciudadanos aflojan una xenofobia travestida de exquisito victimismo. Les permitimos todo. El abradacabra de los mitos de la tribu. La discriminación lingüística. La urdimbre de un relato histórico que hacía mofa de los hechos. El santoral levantado a base de situar defraudadores en Andorra. Los cupos. Las ventajas fiscales. El aldeanismo monitorizado con fondos públicos. La persecución del disidente. El cachondeo. Y así fue como acabamos delante del vecino, aquí en Brooklyn, mientras Guardiola, ay, juega a creerse Mohamed Ali y Luís Llach poco menos que Joaquín Murieta. A este paso tendré que renunciar al Barcelona, al que sigo desde enano por aquello de que es caprichoso el azar, no te busqué, ni me viniste a buscar. Acabaré por hacerme del Madrid, convencido finalmente de que el Barça era cabeza de puente de un golpismo amamantado mediante dulces caprichos.