Selección Española

Lopetegui

La Razón
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Suele coincidir el valor de los entrenadores con la calidad de los entrenados. Es virtud de los primeros descubrir el talento de los segundos. Luis Aragonés avistó el pedigrí español, más allá de la «condición física de base» que tanto destacaba en la Francia de Vieira, Malouda, Abidal, Makelele, Thuram o Zidane. Descubrió al mariscal Xavi, le convenció de que nadie como él para organizar un equipo integrado por la fantasía de Iniesta, Cesc, Silva y Cazorla, el orden de Senna y Alonso, la habilidad de Villa, la potencia de Torres, la seguridad de Marchena, la casta de Ramos, la disciplina táctica de Puyol, Casillas y una pléyade de futbolistas decididos a acabar con la fatalidad, siendo partícipes de un estilo que arrasó, el tiquitaca, así bautizado por Andrés Montes y que se hizo universal, como el «jogo bonito» brasileño.

Luis descubrió la piedra filosofal en la Eurocopa de Austria y Suiza (2008) y Vicente del Bosque le sacó más brillo, tanto que deslumbró en el Mundial de Suráfrica (2010) y dos años después en la Euro disputada en Polonia y Ucrania. Pero como en aquella canción de Los Módulos, «todo tiene su fin», o su declive, irrefutable en el descorazonador Mundial de Brasil (2014) y en el proverbial atasco de la Eurocopa de Francia (2016).

Agotado el tiempo de Del Bosque en la Selección, Julen Lopetegui se hizo cargo de los rescoldos. Con las ideas claras y sin renunciar al «estilo español», inició la necesaria revolución. Poco a poco introdujo nuevos nombres. Prescindió de quienes pensó que habían cubierto un ciclo, o los «aparcó» (Villa), abrió las puertas a sus campeones de Europa sub’21 en 2013 y recurrió al manual táctico para atajar el inmovilismo y sorprender al adversario. Nueve victorias y un empate en la fase de clasificación, con 36 goles a favor y únicamente tres en contra, le llevan a Rusia. Está en el mejor camino.