Reyes Monforte

Los finales

La Razón
La RazónLa Razón

No suelen contarnos los finales, quizá porque destrozan los principios prefabricados. Nos relatan como jóvenes occidentales, guapas, sin problemas familiares y empezando la vida deciden entregarla sin dar muchas explicaciones: «No nos busquéis. Serviremos a Dios y moriremos por él». Creo que es la única verdad que les cuentan, que morirán por una entelequia.

Cada uno escoge en su vida donde quiere estar pero no siempre la elección es buena. Samra Kesinovic era una austríaca de 17 años que viajó a Siria para unirse al Estado Islámico. Seguramente, como es habitual, sería un yihadista atractivo, de ojos negros y cabello abundante, quien la convenció a través de skype o de una página web. No suelen contarnos el final de estas jóvenes porque no conviene, porque ensucia la estrategia de la secta y se cargan el paraíso al que algunos incautos tienen prisa en llegar. Pero esta vez, sí. Nos dicen que Samra murió linchada. Después de haber sido entregada como esclava sexual a un combatiente que la preñó como único final de su principio, intentó escapar de Siria, a donde huyó junto a una amiga de 15 años porque su hogar en Viena le parecía aburrido, sin expectativas, sin emoción. La primera huida resultó exitosa. La segunda le ha costado la vida, una vida que abandonó entre golpes, insultos, piedras y toda la violencia reconcentrada en las mentes enfermas de los terroristas que gritan Alá es grande. Morir linchada y lapidada ha sido su final. Como dijo Julio Cerón, «la verdad siempre resplandece al final, cuando ya se ha ido todo el mundo». Su pesadilla terminó al tiempo que su vida, cuando ni siquiera había cumplido los 18 años. No me extraña que se resistan a contar finales. Tampoco conocemos el final de Raquel Burgos, la joven madrileña que se casó con el líder de Al Qaeda, Amer Azizi. Sabemos que él murió. De Raquel no hemos vuelto a saber nada, excepto que su pasaporte apareció en unas montañas de Pakistán. Otro final sin escribir, o quizá solo esté sin leer.