José María Marco

Los griegos y la dignidad

El nuevo Gobierno griego, el de los descorbatados y las camisas negras, anda removiendo las aguas más turbias del pasado. En Berlín, el ministro de Finanzas llegó a decir que nadie como los alemanes sabe hasta qué punto la depresión económica, la humillación nacional y la falta de esperanzas incuban el huevo de la serpiente. Acto seguido, han venido las reclamaciones de indemnizaciones por los daños causados por los nazis en Grecia, hace setenta años. Según el «Wall Street Journal», los alemanes ya pagaron 25 millones de dólares (unos 220 millones de hoy en día) a los griegos en los años cincuenta (los griegos pedían mucho más, hasta 10.000 millones). También pagaron 29 millones de dólares (230 en dólares actuales) a las víctimas griegas judías.

En términos académicos, el asunto no ha acabado de cerrarse del todo. Sí lo ha hecho, en cambio, en términos legales y políticos. En cuanto a lo segundo, es la propia Unión Europea la que clausuró la era de las reclamaciones sin término que se iniciaron en 1870 y dieron lugar a dos guerras mundiales que fueron también guerras civiles europeas. Además, la Unión ha funcionado como un gigantesco mecanismo de redistribución de rentas en pro de los países que se han esforzado por salir del atraso en el que estaban.

La nueva política griega quiere cambiar esto. Por un lado, plantea los mecanismos de redistribución y solidaridad como la consecuencia lógica de la lucha de clases entre el «Norte» y el «Sur» de Europa: entre los proletarios y los capitalistas, los ricos y los pobres... siendo así que los propios griegos llevan recibidos decenas de miles de millones de euros de sus socios de la Unión. Por otro, combina esta retórica de geopolítica neomarxista con una reivindicación nacionalista de cuya naturaleza tenemos larga experiencia en nuestro país. Al mismo tiempo que se amenaza hacia afuera (en este caso, a la UE y, más en concreto, a Alemania) con una ola nacionalista, se intenta movilizar a la opinión interna con la apelación a la soberanía y con esa misma retórica nacionalista. La UE, que ya ha bregado con problemas muy difíciles, conseguirá que los griegos no queden en manos de sus nuevos dirigentes, que es lo que pasaría si salieran de la zona euro. Aun así, el Gobierno griego habrá hecho un papel lamentable. Los griegos tendrán pocos motivos de estar orgullosos de sí mismos. Políticas como éstas –la memoria histórica a escala europea– no hacen progresar a un país. Lo hunden.