El desafío independentista

Los hijos de nuestros nietos

La Razón
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El discurso nacionalista cobró vigor con el cálculo de las balanzas fiscales. El resumen era que territorios productivos como Cataluña mantenían con sus impuestos las subvenciones de los vagos del resto de España.

El día en que una parte de la izquierda dejó de entender que los territorios no son ricos ni pobres y que, sencillamente, en cada uno de ellos residen personas con rentas más altas o más bajas, perdió la perspectiva.

Una parte de la izquierda, la miope, se enamoró de ese relato nacional y obvió su esencia ideológica. Defender el discurso de las balanzas fiscales era tanto como proponer que los más ricos de Cataluña o Madrid contribuyan menos a la redistribución de rentas.

El independentismo es apoyado de manera transversal por los pequeños empresarios catalanes, liberales-conservadores que han sido arrasados por la crisis económica y por la tradicional burguesía catalana, que anida sobre los restos del rancio carlismo y cuya idiosincracia les hace simpatizar con todo intento de ruptura, aunque, también, se adaptaron bien a posponer su ideario a cambio de las subvenciones de los gobiernos convergentes. A estos sectores se les ha sumado una izquierda desnortada ideológicamente y abducida por el separatismo. Son, de una parte, la élite dirigente de la CUP, formada por los hijos radicalizados del tradicionalismo de derechas catalán y, de otra, los progresistas ilustrados catalanistas, que tanto daño interno hicieron en el PSC y, en su día, en el PSUC y, por último, las capas más humildes que han sido receptivas al discurso de que una Cataluña independiente sería una “reproducción del Estado del Bienestar escandinavo”.

La burguesía nacionalista catalana no ha cambiado, siguen siendo los mismos, cualitativa y cuantitativamente. El afloramiento más agudo de la cuestión catalana ha venido acompañado de la incorporación de algunos segmentos de la izquierda, en un contexto de crisis económica profunda y pérdida de derechos de las capas medias y trabajadoras.

Por eso, lo que suceda después del 1-O dependerá en gran medida de la posición que tome la izquierda política.

La distribución de la riqueza en España ha cambiado, ya no existe la histórica tensión Norte-Sur, ahora la línea divisoria entre las rentas per cápita más altas y las más bajas divide la mitad oriental de España de la mitad occidental, pasando por Madrid.

Resolver las tensiones territoriales también pasa por equilibrar el Este próspero con el Oeste y sus mayores necesidades y para eso hace falta imaginación, no es una mera cuestión de dinero.

El proyecto europeo es la confederación y desaparición progresiva de los estados nacionales europeos en favor de un proyecto común. Sin duda, el mejor antídoto frente a los que aman las fronteras, ya sea Marine Le Pen o Carles Puigdemont.

Pero Europa no es el cobijo de los antinacionalistas, representa la supervivencia de todos los que vivimos en el Viejo Continente. Somos el 7% de la población mundial y corremos el riesgo de convertirnos en la reserva blanca y anciana del mundo.

Alemania, Italia, Francia o España, por sí solas, serían demasiado vulnerables en una travesía en la que Asia y el continente americano son emergentes. El papel del Viejo Continente es exportar democracia, libertades y Estado del Bienestar.

Pero el camino de Europa hacia su propio objetivo no es incompatible con mayor integración y alianzas regionales. En ese sentido, España y Portugal deben explorar si el objetivo de una unión política en Europa puede ir más deprisa en territorios como la península, además sería útil en los reequilibrios Este-Oeste.

Los independentistas catalanes deberían abandonar su egocentrismo y pensar en los hijos de sus nietos.