Cristina López Schlichting

Los imposibles

La Razón
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Ocurre cada vez menos, pero todavía se insertan en los periódicos unos misteriosos anuncios por palabras dando las gracias a San Judas Tadeo por ciertos «imposibles» o milagros difíciles. Hubo una época en que se difundió que eran mensajes encriptados de terroristas o narcotraficantes, pero sospecho que detrás de esos textos jeroglíficos hay simplemente conductores. Un tipo de conductor, más exactamente, que lleva un coche caro y potente de última generación y que se empeña en pasarme por todos los lados cuando circulo con mi triste carro a la velocidad señalada. ¿Cómo puñetas se salva ese tío de las multas? ¿O es que hay gente que las paga todas y compra los puntos que necesita para mantener el carné en vigor? Que alguien me explique este imposible, porque los controles de velocidad son cada vez mayores y, sin embargo, salen coches más y más veloces de las fábricas y lo sorprendente es que se venden. No hablo del Bugatti Veyron Super Sport, que circula a 431 kmh; ni del Hennesey Venom GT, que alcanza los 427 (ignoro dónde los conducen sus dueños), sino de modelos más frecuentes que alcanzan los 300 o 250 con naturalidad. Son esos rayos rojos o plateados que me humillan, dejando un temblor de aire caliente a mi alrededor, y cuyas formas no alcanzo a entrever. ¿Qué puñetero imposible consigue alejarlos de los guardias motorizados o protegerlos de los radares? Las incesantes multas que llegan a casa son, sin duda, por mi falta de fe en los anuncios por palabras.