Restringido

Los monstruos

La Razón
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Una corriente de pensamiento, o mejor, la Casa Blanca, que regula el flujo, apuesta por la realpolitik. Siria: decenas de muertos. Gaseados por el genocida, Bachar al Asad, aliado del no menos viscoso ex agente de la KGB, el plutócrata y autócrata, y en sus días tontos cazador a pecho descubierto por esas taigas de Dios, Vladimir Putin. Entre las víctimas, niños. ¿Respuesta del gobierno de EE UU? Bueno, bien, vale, muy mal, qué feo está eso de la guerra química, envenenar rorros, emponzoñar críos, pero qué quieren, ya nadie pide el derrocamiento del tirano. Y menos el portavoz de la Casa Blanca, Sean Spicer. En su comparecencia ante la prensa recalca que llegó la hora de descartar milongas. Los amigos de mis amigas son mis amigos, y yo no sé porque se enfada Isabel, si llamo a su novio y ceno con él. Con que al Asad reme contra el ISIS, sobra. Otro ejemplo. Egipto. Su presidente, Abdel Fattah el-Sisi, fue recibido en la Casa Blanca el pasado lunes. Lo explican Jennifer Williams y Zack Beauchamp en la revista VOX: «El brutal dictador militar que derrocó al presidente electo democráticamente de su país en un golpe de Estado en 2013, mató a más de 800 manifestantes en un solo día y encarceló a decenas de miles de disidentes desde que tomó el poder, invitado honorario del presidente Donald Trump». Detenciones arbitrarias, torturas, asesinatos... pijadas. Para los partidarios del giro, hay que celebrar. Adiós al pensamiento blando, bobobuenista, bienrollista y palomo. Para sus detractores, volvemos al tenebroso laberinto de la razón de Estado. Al baile de oscuros diplomáticos sobre un cielo de cadáveres, así en Argentina y Chile y El Salvador como en Vietnam y Sudáfrica y etc. Mucho cuidado. La idea de que EE UU debe de ejercer como faro moral en el planeta, de que protege la democracia, ha sido santo y seña de los sucesivos gobiernos a derecha e izquierda. Tanto Obama como Bush Jr. diseñaron la política exterior en función de variables diversas, del precio del petróleo a la seguridad de sus ciudadanos o el equilibrio geoestratégico, pero nunca desdeñaron la llama que flamea a las puertas de Nueva York. Esa Estatua de la Libertad que explica al mundo que más allá quizá haya dragones, pero en la tierra de los hombres libres todavía creen en los derechos humanos. Equivocada o no, la aventura en Irak perseguía armas químicas y acabó con el derrocamiento de un psicópata. Mucho antes, en la II Guerra Mundial, los soldados estadounidenses descorcharon su sangre para destruir a la hidra nazi, no para asegurar el repunte de las bolsas. Yo ya entiendo que la política no es país para niños, que el mundo es un lugar sucio, que hay decisiones de Estado no apta para menores, pero conviene, al menos, mantener las formas, que la mujer del César cuide las apariencias. No sea que el pragmatismo, el realismo y cuanto ismo linda con el cementerio nos sitúe del brazo de los monstruos. Nuestro o no, el monstruo es monstruo y monstruo se queda.