Cristina López Schlichting

Los obispos defienden la Constitución

La Razón
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La distancia entre Cataluña y el resto de España es cada vez mayor. Hay dos mundos editoriales, dos mundos mediáticos, dos mundos lingüísticos, dos mundos institucionales. Debido a la mala gestión del sistema de las autonomías, lo que debía ser riqueza y pluralidad, es separación. Hay quien está incluso interesado en generar una Iglesia catalana, como si la universalidad eclesial fuese reductible a los dictados nacionalistas. Pero la patria del cristiano es el mundo.

Los obispos se las vieron ayer con la difícil tarea de un comunicado sobre la situación en Cataluña. Su empeño resultaba especialmente doloroso desde que 300 curas catalanes se pronunciaran a favor de la independencia, lo que mereció una protesta del Gobierno ante El Vaticano. Los sacerdotes en cuestión, no sólo han sido imprudentes, sino que han desafiado a sus obispos y –casi peor– han hecho una opción política que divide aún más a su grey.

El texto de la Comisión Permanente de la Conferencia Episcopal no puede definir un futuro político para España –como quisieran unos y otros– porque no es su misión. En cambio, apoya con claridad la Constitución: «Es de todo punto necesario recuperar la conciencia ciudadana y la confianza en las instituciones, todo ello en el respeto de los cauces y principios que el pueblo ha sancionado en la Constitución». Los independentistas pretenden ignorar que ha sigo la gente, todos los españoles, los que han generado y votado la ley fundamental que nos preserva del «todo vale». Si vives en un país civilizado (y nadie sensato puede decir que España no lo sea en el siglo XXI) hay que confiar en las instituciones y la justicia.

Los obispos llaman a la oración en este momento difícil y se ofrecen a colaborar en el diálogo, que proponen como forma de superar la situación. Nos necesitamos los unos a los otros, es bueno que la gente sea capaz de convivir y ceder.

Hay en el texto de la CEE una alarma evidente. Una conciencia de que estamos a punto de traspasar una línea roja muy peligrosa. Por eso, ante el 1-O, el Episcopado llama a «evitar decisiones y actuaciones irreversibles y de graves consecuencias, que nos sitúen al margen de la práctica democrática amparada por las legítimas leyes que garantizan nuestra convivencia pacífica». Si rompemos la unidad, ¿cómo restauraremos después la convivencia? Son muchos quienes hablan ya con dolor de rupturas.

El comunicado ha sido escrito, en fin, con el deseo paternal de recoger lo mejor y salvar lo positivo. Sin duda cosechará –precisamente por este equilibrio– críticas múltiples, pero creo que es verdadero sentenciar que, tanto lo que nos une a todos, como lo que nos caracteriza a cada uno, constituyen bienes generales. Por eso llaman los jefes de los cristianos a salvaguardar, por un lado, «los bienes comunes de siglos» y, por otro, «los derechos propios de los diferentes pueblos que conforman el Estado». Necesitamos argamasa que nos una y la Iglesia quiere humildemente serlo. Nos sobran enfrentamientos.