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Mano dura y jeta más dura

La Razón
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Hay un sector de la izquierda, dirigente, militante o neutra, que se pasea sin bochorno pavoneándose por el foro como el último centinela de la moral de Occidente. Es la nueva casta... sacerdotal. Herederos por vía directa de los Siete Sabios de Grecia, a estos novedosos capitostes no les avergüenza subirse a la tarima para dar a conocer, mediante la transmisión pontifical de verdades reveladas, sus buenas nuevas en forma de creencias, costumbres y rebeliones contra lo establecido, sea la patochada que sea. Sus evangelios se redactan en una especie de escritura continua, a la manera improvisada de la barra de bar, y suelen dirigirse a predicar en favor de los que consideran recientes legiones de desfavorecidos que agregan al santoral de fosilizados obreros y de sus mediopensionistas. En concreto, hay, según ellos, dos colectivos oprimidos que requieren de urgente protección: los animales y los niños. El movimiento animalista, que entronca de lleno con la vaina ecopacifista, ignora la esencia propiamente animal del ser humano, inserto en el grupo taxonómico de los superdepredadores. Por eso pretenden que nos alimentemos de pastillas y de wifi, como los teléfonos móviles desde los que enlazan vídeos de tigres besuqueados y lobos con caperuza. En cuanto a los niños, para esta nueva izquierda son una especie de jarritos chinos. Viene a cuento del debate en el Parlamento de Andalucía, esta semana, para articular una norma que reconociera la autoridad del docente, como ocurre en otras comunidades autónomas. La nueva (pero podrida) izquierda, Podemos, ha votado que no, usando el argumentario esperado: concederle la autoridad al profesor favorecería la mano dura. Mientras, los profesores padecen la jeta durísima de los niños y de sus acomplejados padres.