Cristina López Schlichting

Manual para curiosos de Podemos

La Razón
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Pablo Iglesias no es como nosotros, no respeta lo que respetamos ni defiende nuestras leyes. Es, como indicó Felipe González, un antisistema. Ha sido votado para el Parlamento, pero no cree en él. Exige las ventajas de la democracia: financiación, grupos parlamentarios, escaños que se vean bien en la tele, pero sólo como utensilios para eliminar la democracia liberal, como hicieron sus héroes soviéticos o bolivarianos. Las palabras tienen en su boca un significado distinto al que nosotros les damos, un contenido revolucionario clásico, por cierto, más viejo que el mear. Cuando alude al «pueblo», no se refiere a «un hombre, un voto», sino a los partidarios de la revolución. El resto no somos pueblo, no tenemos sitio en su sistema. Cuando dijo, en el famoso discurso en que pidió la vicepresidencia, que la gente había expresado su deseo de cambio en «las plazas», estaba aplicando esto. La revolución no se hace en las urnas, se hace en la calle, con los piquetes, con los titiriteros, con Alfon. Las elecciones pueden usarse como camino adjunto, incluso trucarse si es necesario, pero el método es la movilización de masas. Para entender a Pablo es necesario dividir la sociedad en buenos y malos, en ricos y pobres, poderosos y despojados. Es un método desconcertante –porque Fidel Castro sería pobre y bueno y los jueces democráticos, malos y poderosos–, pero si una se entrena es fácil, porque es un mero código binario, sin tintas medias. Pedro Sánchez cree que puede entrar en matices con Podemos, pero se equivoca. Lo van a freír, salvo que sea como esos partidos agrarios y campesinos que en la URSS y sus satélites formaban parte del sistema y votaban siempre lo que el Comité Central exigía. Si no lo hace, recibirá zasca tras zasca, por decirlo fino. Porque la única dinámica que conoce el revolucionario es el ataque. Si Pedro lleva corbata, Pablo se la quita. Si Pedro se la pone, Pablo lleva pajarita. Lo único que importa es escenificar el enfrentamiento, obligar al espectador a decantarse. Por eso da tanta pena ver al PSOE intentando pactar con Podemos, cuyo ADN es refractario al acuerdo. Podemos es lucha. Se dice que hay posibilidad de acordar con ellos contra la corrupción, por ejemplo, o en economía social. Mentira. Pactar con la corrupción es un método habitual del revolucionario, incluso aprovecharse de ella. Yo he visitado las dachas de los jerifaltes del régimen soviético en el Mar Negro. Y maltratar al trabajador con condiciones lamentables es cosa con la que se ha consentido si le hacía falta al partido. Para entender lo que viene hay que abandonar categorías morales. A partir de ahora, es «bueno» lo que beneficia a Podemos, «malo» lo que le perjudica. Son buenos, por ejemplo, ETA, Irán, Venezuela, Tsipras, los titiriteros. Son malos Bruselas, la Policía, los jueces, los medios de comunicación, los partidos políticos. Hasta que todos ellos se hagan del Partido. Entonces se convertirán en buenos.