José María Marco

Marea nacional populista

La Razón
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Lo único positivo de la muerte de Víctor Laínez es comprobar que detrás de Rodrigo Lanza, el presunto asesino, no hay ninguna organización política como las que en otros países europeos promueven el odio. Ahora bien, que no haya una organización detrás del crimen no quiere decir que el presunto asesino no haya sido apoyado, jaleado e incluso elevado a los altares del santoral político, como si fuera una víctima de la... democracia liberal, siendo así que había sido condenado por un crimen tan bestial como el (presunto) último.

El reportaje de Andrés Rojo en LA RAZÓN de ayer deja bien claro hasta qué punto –de una sordidez nauseabunda– los actos y la vida del personaje han recibido el apoyo de los nacional populistas de Podemos. No hay por tanto movimiento violento, pero ha habido un caldo de cultivo sistemático, que se ha traducido en multitud de otros hechos violentos, de gravedad inferior, sin duda, pero significativos, desde escraches, persecuciones, consignas e incitación a la violencia.

Conviene también ampliar el campo y preguntarse cómo y por qué nuestro país es de los pocos, por no decir el único en la Unión Europea, en la que la bandera nacional puede llegar a ser objeto de persecuciones y de odio. Esta actitud de intransigencia ha sido cultivada desde hace mucho tiempo, hasta ayer mismo, por unas elites que han venido identificando la nacionalidad y los símbolos que la representan como lo propio del nacionalismo. Se justifica así una actitud que es una forma de exclusión, aunque al revés de la que se suele practicar. Al censurar los símbolos y la nacionalidad española, se ha afirmado que sólo se podía ser español como esas elites postulan, excluido todo aquello que no fuera de su agrado, en particular los símbolos nacionales. Se ha tolerado todo, menos eso, que es una parte gigantesca de la realidad española.

De rechazo, estos símbolos han acabado por cobrar todo su valor como reflejo del pluralismo y de la tolerancia que es la base de la convivencia. No es cuestión de pedir arrepentimiento, que no se va a producir nunca. Basta con que los cambios en los juicios y en las actitudes empiecen a traslucir que se ha entendido que lo español no lo monopoliza nadie.