El desafío independentista

Mas no tiene quién le pague

La Razón
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La catástrofe se aproxima, como en esas tragedias en las que el coro avisa al héroe de las penurias que ha de pasar antes de llegar a la estación final de su sufrimiento. No es el 155 u otra declaración «Charlie Hebdo» de Puigdemont, que es ya el Jacques Tati de Europa, dando vueltas a la misma rotonda, con el ADN francés prestado, pero francés, como gusta a Junqueras. No. Resulta que termina la cuenta atrás para que Artur Mas y sus secuaces paguen los cinco millones de multa por organizar aquel otro simulacro de referéndum, el de cartón, el 9-N. Por más que los voluntarios de la ANC hayan paseado las huchas del Domund nacionalista, nada, Artur Mas no ha conseguido recaudar lo suficiente como para que no le toquen la cuenta corriente o su patrimonio inmobiliario. Claro que una cosa es salir a la calle a protestar por lo que sea: España nos roba, España nos pega, España se lleva a los niños en un saco, y otra rascarse al bolsillo para cubrir los gastos de la Lola Flores de la antigua Convergència, más folclórico aún en el peor sentido de la palabra el Sr. Mas, ya que la Lola era una artista de raza, de cualquier raza, y además de Jerez, que tiene parcela en Badalona, y Artur, un arribista con aires de telenovela colombiana que no viste bien de «sport», que es cuando un caballero descubre las cartas de su elegancia en Menorca. El hombre del que la CUP presumía de haber mandado al basurero de la Historia: hasta esa grandilocuencia revolucionaria le viene grande. No es un Mao sino un Don Gato. Husmea entre los bidones. Allí estuvo en la hora previa en la que Puigdemont cambió el guión y dejó a los antisistema con las palomitas compradas aunque sin película.

Ahora resulta cómico ver esas imágenes tan repetidas estos días en las que el ex president defendía que ningún banco se iría de Cataluña; es más, que pelearían por quedarse allí. Resulta cómico que no sólo los bancos se hayan marchado, contra el pronóstico engañoso del flequillo que apretó el botón nuclear para no apechugar con los recortes de la crisis, sino que hoy no le avalan un préstamo para los famosos millones que si no abona termina en embargo. Artur Mas y los otros colaboradores de aquel estropicio no encuentran «cash» y Puigdemont deshoja la margarita. La decadencia de la mentira independentista, el engaño que todos conocíamos de antaño pero pocos se atrevieron a condenar, empezó con la decisión de los bancos, y puede que la solución esté en la ventanilla de otro. Perdonen que sea tan prosaico, pero sin dinero, tan menospreciado, no hay épica, tan sobrevalorada, que hasta a los de Podemos se les acaban los argumentos y hablan ya en sus arengas como los sacerdotes de Junqueras.