Historia

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McCain

La Razón
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La derecha trumptiana, hija del Tea Party, antipolítica, partidaria del mejunje populista, ha encontrado una roca para estrellarse en la figura del senador John McCain. Derecha tradicional, derecha republicana pata negra, liberal y partidaria de la globalización, amiga de sus amigos en el exterior, intervencionista cuando toca, convencida de que el orden internacional necesita de la participación benefactora de Estados Unidos. Conviene leer al respecto el resumen que ayer traía el «New York Times». Un compendio de las posturas de un McCain encendido y el relato de sus choques con Trump. Comenzando por el día aquel en el que el hoy presidente le afeó que fuera capturado en Vietnam. McCain estuvo allí, en calidad de prisionero de guerra, durante un lustro. Fue torturado. Trump escupió que, a su entender, los héroes no permiten que les capturen. Debe de ser que él, a sus héroes, los quiere japoneses sección Yukio Mishima, con el seppuku a mano por si llega el enemigo y no hay salida. De ahí en adelante el rosario de golpes ha inflamado las venas del partido, especialmente de los alicaídos garantes de un orden y unas ideas amenazadas con desintegrarse bajo la marabunta capitaneada por el señor Trump. Nadie, aparte de McCain, ha tenido la gallardía y el coraje de espetarle al nene las duras verdades. La penúltima, que EE UU ni puede ni quiere traicionar a sus socios en Europa y Asia. La última, que todos los tiranos que en el mundo fueron comenzaron a reventar los tabiques democráticos el día en que decretaron la caza del periodismo. En cuanto la prensa independiente pasa a ser, en la cabeza del autócrata, la enemiga a batir, la némesis del pueblo, cualquier monstruosidad es ya posible, y la primera de todas la tala y quema de la verdad y el derribo a martillazo limpio de cuantos osen discutir, analizar y criticar su labor de gobierno.

McCain no va de pureta. No juega a ser el pepito grillo más listo del aula. No regala munición a sus contrincantes políticos ni guía sus juicios por la brújula, siempre mal imantada, del ego hipertrofiado. Sus comentarios son secos y jugosos al mismo tiempo. Sus consejos, lecciones de historia y de teoría política.

Sus advertencias, líneas rojas que no conviene franquear incluso aunque eso te garantice la ojeriza del líder y te coloque frente a la crítica de los tuyos. McCain, en definitiva, es una de las voces que en Washington reivindican la política como el noble arte de lo posible sin descuidar la ética ni adscribirse al repugnante todo vale. McCain, como un Maquiavelo sin príncipe, sin un Fernando el Católico para susurrarle al oído, masculla y silba una balada cuerda, sensata, razonable, mientras las radios se llenan de furia y ruido. El bufón es rey y el rey (pudo serlo, pero le tocó medirse con el primer Obama), antes que de bufón, ejerce de llanero solitario o francotirador sabio. Cuando arrecia la desesperanza hay que buscarle. Mientras quede gente así, de una pieza, no todo está perdido.