Alfonso Ussía

Me ofrezco

La Razón
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Leo, con desmedida emoción, que Podemos Madrid impartirá cursos de antimachismo a diputados y ediles de la ensalada morada. Me ofrezco como profesor. Paso a relacionar mis hechos y aptitudes para ello. Jamás he tratado de igual a igual a una mujer. Lo he hecho siempre de individuo inferior a ser superior, como Butragueño a Florentino. Nunca he maltratado de palabra y obra a una mujer. La cortesía no es machismo. Sigo ofreciendo a las mujeres prioridad de paso, y realidad de asiento. No tolero que mi culo descanse ante una mujer que permanece en pie. Considero que el hombre que pega a una mujer es un gallina, un cobarde y un desalmado. Si no lo hace, pero lo piensa, o sueña, o desea y no se atreve, es aún más gallina, más cobarde y más desalmado. Mi admiración por la mujer es infinita. Es la que nos regala la vida desde el dolor y la incomodidad. La que siempre está con los suyos, las manos que ayudan, los ojos que sonríen y el abrazo que cobija. Si en alguna ocasión, entre una mujer y yo, ha surgido la necesidad de una bofetada, la bofetada me la he llevado yo y la abofeteadora ha sido ella, y con razón. No osaría, de caer en la cursilería políticamente correcta de la semántica retroprogre, dirigirme a «los militantes y las militantas, los compañeros y compañeras, los madrileños y las madrileñas o los vascos y vascas». De hacerlo, lo haría al revés. «Militantas y militantes, compañeras y compañeros, madrileñas y madrileños y vascas y vascos». Ellas siempre en primer lugar. En la viandancia, si la acera es estrecha y una mujer se acerca, procedo inmediatamente a ceder su paso y facilitar su trayecto. Si para ello debo descender a la calzada y poner en riesgo mi vida con riesgo de un atropello de vehículo rodante, no dudo en ofrecer mi existencia a cambio de su libre deambular. Me gusta llevar sombrero con el único fin de descubrirme para saludar a una mujer. Es para lo único que sirve el sombrero. Un hombre y una mujer pueden hablar mucho sin decir absolutamente nada, pero en ese caso, la mujer lo hace bastante mejor. Me ofrezco, pues, como especialista en género y me comprometo a trabajar de forma gratuita, con el fin de no menoscabar los fondos provenientes de Irán y Venezuela. No beberé durante las clases «Coca-Cola», como otros, y usaré mi dieta alimentaria renunciando a toda suerte de mariscos gallegos, sean «ceibes» o no.

Eso sí. Mi gratuidad debe ser compensada con el derecho a la elección de algún alumno. Y me pido a Pablo Manuel Iglesias Turrión. Deseo moldear sus ímpetus y llevarlo a las fronteras del comedimiento. Explicarle, de la forma más sutil y amable, que es machista el que usa del poder a cambio del amor o del placer. Que es machista el que confunde la común parcela del lecho con una portavocía. Que es machista castigar con la ubicación patricia del gallinero a quien, no mucho tiempo atrás, le pedía que le preparara los «camparis», para acudir vestida de «Caperucita Roja» a su cita con el Lobo Feroz. El Lobo Feroz era machista. Se comió a la abuela de Caperucita, se intentó zampar a Caperucita, y menos mal que pasó por ahí uno de esos cazadores, para salvar la vida de la pobre niña.

Que es machista el que reconoce que azotar hasta que brote su sangre de la espalda a Mariló Montero es su anhelo primordial. En este caso, pasamos del tramo de los machistas al de los maltratadores de género. En fin, que puestos a ello, me ofrezco como profesor particular para explicarle lo importantes que son las mujeres y lo insignificantes que somos los hombres comparados con ellas. El mes de mayo lo tengo bastante libre. Acordemos, de mutuo acuerdo, el horario de las clases.