Alfonso Ussía

Menos palabras

La terrible catástrofe humana que se ha tragado en el mar de Libia la vida de setecientos inmigrantes rumbo a Italia no tiene solución. Las próximas tragedias sí pueden ser evitadas. Con medios y con dinero, que no con palabras. Europa es la gran emisora de la palabrería. Dos naciones sufren especialmente las consecuencias de la inmigración masiva. Italia, en primer lugar y con mucha diferencia, y posteriormente España. Los europeos no se aperciben de los ímprobos esfuerzos que las dos naciones mediterráneas dedican al drama humano de la inmigración. Los europeos parecen ignorar que Ceuta y Melilla no son exclusivamente las fronteras de España, sino las de Europa. Su Santidad el Papa se ha sumado a la palabrería. «Son hombres y mujeres como nosotros que buscan una vida mejor, huyen del hambre, y están heridos, perseguidos o son víctimas de la guerra». Hermosas y dolidas palabras, que se llevará el viento mientras Italia y España no reciban la ayuda económica y humana procedente de Europa que ayude a mitigar la tragedia. ¿Son culpables España e Italia de que un viejo pesquero administrado por negreros miserables embarque a setecientas personas desesperanzadas? Recuerdo la hazaña de nuestra vieja fragata «Extremadura», que al mando del comandante Palacios, con una mar imposible, salvó de la muerte a doscientos cincuenta inmigrantes abandonados a su suerte a bordo de una cloaca flotante a punto de hundirse. La humanidad, el servicio y el comportamiento de nuestros marinos apenas fue comentado por los medios de comunicación. Italia no tiene la culpa de la perversidad de los negreros libios, como España tampoco de las mafias que imperan en Marruecos. Es terrible lo que sucede día tras día, pero Italia y España se sienten cada vez más sólos en las soluciones y más señalados por la vana palabrería.

Es infinitamente más asequible para la demagogia el espanto de un naufragio que treinta cristianos degollados en las playas libias por asesinos fanáticos del Estado Islámico. Sucedió. Mientras se ahogaban las setecientas víctimas de los negreros, por el mero hecho de ser cristianos eran asesinadas treinta personas en las playas de la muerte. En Ceuta y Melilla vigilan y administran las fronteras los guardias civiles y policías nacionales. Y en la mar, patrulleras de la Armada y de la Guardia Civil. Toda la responsabilidad para España. Para Europa, sólo el derecho a la palabrería. La Marina y las Fuerzas del Orden italianas tienen más ancho mar para ser vigilado. El comandante de una patrullera italiana no tiene nada que ver con la vileza de unos negreros que en la costa de Libia se enriquecen con los que nada tienen a cambio de llevarlos hacia la muerte. ¿Se figuran el horror, el hacinamiento, el peligro de setecientas personas –cincuenta niños entre ellas–, distribuidas entre la cubierta, las bodegas y las sentinas de un barco pesquero? Para impedir que zarpe están las autoridades de las naciones de origen. Pero además de ello, es necesaria mayor vigilancia aérea y marítima, que no tienen que caer sobre los presupuestos militares, drásticamente reducidos, de España e Italia. Es Europa, la charlatana, la habladora, la siempre proclive al lamento a toro pasado, la que está obligada a contribuir económicamente con quienes vigilan y defienden sus fronteras. Fronteras europeas, no tan sólo españolas e italianas.

Las palabras tienen una vigencia efímera, por justas, bondadosas y heridas que sean. Si no se puede combatir contra las mafias de los negreros, que al menos se habiliten más medios para impedir las tragedias y socorrer a los desesperanzados. Pero eso es dinero, dinero y más dinero. Lo que se derrocha mientras florecen las lágrimas y vuelan, para nada, las palabras, las palabras y más palabras.