Restringido

Mi Camino de Santiago

La Razón
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Con el fin de calmar mis melancolías, he decidido ocupar los últimos días de vacaciones haciendo el Camino de Santiago. Desde el poniente de Cantabria es más superable y sencillo. Por la costa o los valles, se cubre todo el Principado de Asturias, se atraviesa el Eo, y Galicia hacia Occidente culmina en Compostela, el Campo de las Estrellas. Todo cabe en mi mochila. Ropa de verano y de otoño, de tiempo seco o lluvioso, botas de repuesto y un botiquín con toda suerte de fármacos y ungüentos para los pies. Y así he partido, despidiéndome de mi familia a las 11.30 de la mañana desde mi lugar de Ruiloba, rumbo hacia el encuentro de la costa.

El primer contratiempo desagradable ha sido de protagonismo canino. Paseo habitualmente por el entorno de mi casa, y los perros del valle me conocen. Pero no se fían de los peregrinos, y cuando han reparado en la mochila que llevo a mis espaldas me han gruñido. Uno de ellos, como escribió el gran P.G.Wodehouse me ha mirado con evidentes deseos de mutilación.

De Ruilobuca a Pando apenas hay cien metros de distancia. Los he cubierto con entusiasmo. De Pando a Concha, 250 ó 300 metros. Una curva cerrada con un prado jugoso y un grupo de vacas limusinas. La vaca mira con infinita tristeza. De Concha a la antigua carretera de Santillana a Comillas, otros doscientos metros. Y de ahí a Comillas, la Villa de los Arzobispos, un kilómetro raspado. Llueve. Un engorro.

A Comillas, camino de Santiago, se entra por el puente Portillo, bajo el cual, el arroyo Gandarias desemboca en la playa comillana. El peregrino cuenta con dos opciones. O cruza por el pueblo en pos de la carretera de Valdáliga y San Vicente de la Barquera, o toma el mismo rumbo por la carretera circundante de la costa. Dos kilómetros más en el talego. Después de estos primeros tres mil setecientos metros, realmente agotadores, el primer descanso. Dando la espalda al cementerio del Ángel de Limona y a la estatua del marqués de Comillas, una impresionante panorámica de la costa. Bocadillo de anchoas de Santoña. Ya recuperado, tomo la carretera que lleva a Valdáliga. Paso por Rubárcena, deambulo por el estadio de fútbol del Comillas Fútbol Club y vislumbro el cartel de Trasvía.

Dos mil metros más. Los jugadores del Comillas se están entrenando, y la afición me puede. Nuevo descanso. Las anchoas me reclaman un trago de agua. Con fuerza de voluntad abandono el estadio comillano y llego a la ría de La Rabia. Antes de cruzar el puente que divide Comillas y Valdáliga, transcurro por mi restaurante y bar preferido. Me sorprende una pareja de gansos elegantes y discretos, y Raúl Herrera me informa que se trata de dos gansos del Nilo que han aparecido inesperadamente. En las islas de fango ecologista que dominan lo que antaño siempre cubría el agua, conviven patos colorados, ánades reales, porrones moñudos, gansos y cercetas.

Me ofrecen Adolfo y «El Bolas» una «Tanqueray» con hielo y doy por finalizada mi primera etapa del Camino de Santiago, noventa minutos después de mi primer paso.

Un peregrino que se precie habría continuado hacia San Vicente, bordeando las playas de Oyambre y de Gerra. Pero hay tramos excesivamente pindios. Si a este inconveniente se suma mi escasa vocación de peregrino, se entiende a la perfección mi parada en La Rabia para tomar el aperitivo. Mientras disfrutaba de la charla de mis amigos, ha pasado un peregrino sueco bastante más aficionado a la cosa. Partió de Goteborg en el mes de mayo. Le he ragalado mi mochila y se ha mostrado feliz. Si ha llegado desde Goteborg a Comillas con dos mochilas voluminosas, de Comillas a Santiago puede llevar tres. Cantando de felicidad se ha largado el buen hombre hacia Asturias. Yo, por mi parte, he retornado a mi hogar y recibido con gran algarabía por los míos, orgullosos de mi esfuerzo.

Para empezar, no está mal. Cinco kilómetros con tres descansos, el último, definitivo. Cuando el próximo verano nos visite, es muy probable que no pueda continuar. Me basta y me sobra con la dura experiencia de esta jornada. He recordado a mi inolvidado amigo Sabino Uzcurrun. Fue abandonado por su novia y prometió a Nuestra Señora de Corromoto hacer el camino desde San Sebastián a Fuenterrabía por la cuerda del Jaizquíbel si su novia retornaba a sus brazos. La novia volvió y Sabino falleció de agotamiento en la cuesta de Ategorrieta.

Con la salud no se juega. Así que, vistos los aspectos negativos, renuncio al Camino de Santiago y lo hago público personalmente, no mediante portavoz autorizado. Una prueba más de mi sencillez.