Política

Mística y política en la izquierda

La Razón
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Dice Péguy, el poeta francés, que «todo partido vive de su mística y muere de su política». Esto es hoy meridianamente claro en los viejos partidos españoles de izquierda: socialistas y comunistas. La mística progresista, sea eso lo que sea, que puede concretarse en un depósito de memoria histórica con aroma sindical de lucha de clases, rodeado de rosas y de puños, banderas, hoces y martillos, les permite sobrevivir. Pero la trayectoria política, cargada de contradicciones, les conduce a la muerte. El sorprendente hechizo de Podemos, una formación populista de confusos e inquietantes orígenes y objetivos, que obnubila a los incautos como los ojos de una serpiente, ha atraído irresistiblemente a IU con el señuelo del poder, y se dispone a fagocitarla. En cuanto al PSOE, su mística, como dice Borrell, le inclina poderosamente a pactar con Podemos, mientras que su realidad política, como dice Anguita, coincide en lo esencial con el PP y Ciudadanos, lo que, por lógica y por voluntad de servicio a la nación, debería conducirle después del 26-J a la gran coalición, como quieren Rajoy y Albert Rivera y solicita Europa y el mundo del dinero. Nadie duda de que, ante esa encrucijada, Pedro Sánchez preferirá la mística a la política, y se arrimará a Pablo Iglesias porque el de la coleta levanta el puño y canta la Internacional; pero también por instinto de conservación, porque Sánchez y los suyos piensan que gobernar con la derecha acabaría con la mística socialista, que es lo que mantiene aún en pie al partido centenario, casi lo único que le queda.

Parece que el candidato socialista no se ha enterado aún de su extremada fragilidad, que las encuestas recogen día a día, a tres semanas de las elecciones. Mantiene la inercia de los últimos cuarenta años sin enterarse de que el PSOE ya no es por sí mismo alternativa de Gobierno o está a punto de dejar de serlo si se cumplen los sondeos. Ahora propone, por ejemplo, un pacto político con Cataluña, para reformar su autogobierno y su singularidad en el marco de una reforma constitucional. Todo un tanto confuso, pero que parece que sigue la huella de Podemos. Y, para confirmar esta aproximación, los socialistas entran en el Gobierno municipal de la alcaldesa Colau, e Iceta participa en una manifestación dominada por los independentistas y montada contra el Tribunal Constitucional. ¿Hacen falta más pruebas? El caso es que el PSOE, por unas cosas o por otras, ha reducido en unos años seriamente su influencia en Cataluña y en Madrid, tan poderosas federaciones ayer. Y Sánchez sigue sin enterarse de que no habrá reforma constitucional sin contar con el Partido Popular. Es natural que tanto fuera del partido como dentro se confíe a estas horas en que la previsible derrota socialista dentro de tres semanas propicieun cambio de dirección en el Partido Socialista que, sin renunciar a la mística, sea eso lo que sea, ha recuperar la sensatez política.