España

Monarquía española

No existe en el campo de la teoría política ninguna Institución que haya originado mayor atención e interés, en el mundo intelectual científico y en el empírico, que la Monarquía. Teología, Filosofía, Historia, Derecho político y constitucional, las Ciencias Humanas y Sociales, todas ellas han dedicado investigaciones y escritos, ensayos y obras de divulgación, así como artículos de prensa y panfletos de toda condición, teniendo a la Monarquía como objetivo preferente de sus inquietudes. La única de estas Ciencias que atiende el proceso de formalización de la Monarquía es la Historia, que analiza a fondo su desarrollo y constitución, haciéndolo en función del tiempo y los condicionantes estructurales del Mundo Histórico en el que surge la Monarquía –religión, política, economía, sociedad, cultura, pensamiento– que son factores que otorgan significado y sentido a los caracteres que tenga en cada uno de los momentos históricos en que pueda plantearse su efectividad en la organización política del momento.

No se trata de plantear, ni mucho menos discutir, la utilidad y el servicio de la Institución monárquica, centro de convergencia de cuantos poderes constitutivos se originan en una Nación. En consecuencia de una alta e intangible dignidad –«maiestas»– funcional, cuya defensa es una de las tareas que, en el plano constitucional, compete al poder ejecutivo. Los estudios sobre la Monarquía insisten, con harta razón, en la urgente necesidad de contemplar, sobre todo y de manera especial, cuál es la relación entre Monarquía y el tercer nivel de la sociedad política que, según Maurice Duverger, está constituido en la opinión pública. Como ha expresado Manuel Jiménez de Parga, «la distinción entre Corona y Rey, es una de las claves del Derecho público», fundamental para alcanzar el objetivo esencial de la unidad nacional y la consecución del Bien Común, en una línea política en la que, desde luego, es imprescindible tratar de legitimar, aunque de modo especial en los tiempos presentes en España, de eficacia; sin caer en relativismos utilitaristas, muchos menos ideológicos o interpretaciones psicológicas.

Atendiendo, pues, a la función unificadora, en la caracterización de la Monarquía no puede desdeñarse la idea de Pierre Gaxotte, cuando afirmó que «el reino es uno por la persona del soberano y múltiple por sus instituciones». Todas ellas, por cierto, surgidas y creadas por la Monarquía Española, en las épocas en que el Rey ejerció el gobierno y no en las actuales, en la que la Constitución de 1978 eleva la Corona a cúpula de convergencia de todos los poderes del Estado, con un esencial sentido moderador del equilibrio interno, así como contención de las fuerzas políticas e intención en las propuestas legislativas que afectan a todos cuantos constituyen la sociedad nacional.

Esto parece oportuno recordarlo con motivo del 12 de octubre próximo pasado, en que ha sido posible comprobar la conexión Monarquía-Sociedad, observando «de visu», en primer lugar, la perfecta presencia de Su Alteza Real el Príncipe Don Felipe en nombre de Su Majestad el Rey Don Juan Carlos que, por su convalecencia, no pudo asistir –por primera vez en sus veintisiete años de reinado– a presidir la Fiesta Nacional. La sociedad española ha podido comprobar el perfecto funcionamiento de la Corona, razón por la cual todos los españoles debemos agradecer la excelencia de la Casa de Su Majestad el Rey a sus dos importantísimos diplomáticos, el Jefe de la Casa, Embajador don Rafael Spottorno y Díaz-Caro, y el segundo Jefe de la Casa, Embajador don Alfonso Sanz Portolés.

S.A.R. el Príncipe de Asturias ha puesto de relieve, una vez más, su exhaustiva y universal preparación para reinar, como resultado de un decisivo proceso educativo en todas las facetas de su futuro oficio de Rey, como él mismo expresó en la recepción, tras presidir el desfile representativo del Ejército, mientras Su Majestad, la admirable Reina Doña Sofía, presidía la de Palacio. Don Felipe supo estar «donde hay que estar, dentro de la normalidad». Su Majestad habló por el Príncipe de Asturias, para celebrar «lo que nos une, recordar nuestra historia milenaria, y valorar lo mucho que hemos conseguido juntos», en referencia a los españoles como sociedad y como personas. Palabras de oro que deberían grabar todos los españoles en su mente, pues suponen un acto de afirmación de la unidad nacional, mientras, simultáneamente, una marea humana, con miles de banderas hermanadas entre sí, participaban en una manifestación para afirmar que también ellos quieren estar donde hay que estar.

La Monarquía española personifica, respecto al mundo exterior, la unidad constitucional del mundo histórico; en función interna, una comunidad coparticipativa, capaz de generar un espacio político en el que se unen tradición e innovación, en un camino común de modernización, que es, en definitiva, el único viable para lograr una España fraterna, al tiempo que espiritualmente productiva, no en construcción metafísica, sino en el análisis de lo efectivamente hecho.