Ángela Vallvey

Moral 2.0

Hace poco, aseguraba Monica Lewinsky (¡sí, ella!) que vivimos en una «cultura de la humillación pública». Se refería al acoso en internet. «¿Cómo se hace dinero? Con clics. A más vergüenza, más clics»... Cierto.

La sociedad 2.0 camina hacia un sadismo de alta intensidad virtual, que tendrá, que ya tiene, consecuencias muy reales, lamentables. Creemos que lo virtual es poco menos que una eximente para «todo». Que rebaja la calidad de los delitos cometidos: robar productos electrónicos (libros, música, cine, series de tv, vídeojuegos...) en internet es visto por los nuevos amorales virtuales como un pecadillo sin importancia, una travesura casi altruista, comunicativa, dadivosa, ¡nada que ver con robar objetos reales hurtados en una modesta tienda de barrio, verbigracia...! Pero es lo mismo, pese a lo que pregonan los numerosos esbirros pagados por empresas interesadas en el negocio de lo cibernético para crear opinión inmoral al respecto.

Otros están convencidos de que ser pederasta virtual es una «pequeña» perversión disculpable (sin pensar que los productos que consumen virtualmente son el fruto de delitos reales, de abusos cometidos sobre niños de carne y hueso).

Quienes ejercen con saña la humillación en las redes sociales, en el espacio virtual, piensan que lo suyo es poco más que un divertido juego de ingenio (aunque no tenga gracia, y pese a que el ciberacoso ya ha provocado víctimas mortales: personas que no lo han soportado y se han suicidado).

Todos se engañan a sí mismos: lo virtual tiene efectos en la vida real. El espacio cibernético incita a desatar los más oscuros deseos de personalidades agresivas, que disfrutan haciendo daño de forma desenfrenada. ¿Hasta qué punto su cólera los retroalimenta, más que los alivia? ¿Se desahogan humillando a terceros en la web, o se encorajinan y entrenan la violencia que luego despliegan en sus casas...?