Mariano Rajoy

Muleta de la estabilidad

La Razón
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Pablo Iglesias tendió una mano al PSOE para aunar fuerzas y desalojar a Mariano Rajoy de La Moncloa. Sin embargo, a lo largo del debate no se pudo ver qué llevaba Iglesias en la otra mano, en la que no tendió a los socialistas. José Luis Ábalos se estrenó como portavoz. Estuvo acertado en la forma y el fondo y no se anduvo con zarandajas. Recogió la mano de Podemos, pero se notó que se tentaba la ropa. La desconfianza entre ambos partidos es patente. Y más allá del tono conciliador, los socialistas marcaron su terreno, recordando que para este viaje –la moción– no habrían hecho falta tantas alforjas porque hace un año fue posible dejar al PP fuera. El portavoz socialista marcó las líneas rojas del PSOE. En Cataluña, poca broma. La transición del 78 fue la conciliación de las dos Españas y no van a entregarse a los morados porque los pensionistas, mujeres, parados, jóvenes y personas dependientes son su objetivo social y electoral.

Iglesias planteó la moción para arrollar a los socialistas que se cocían en su crisis. Quería darles la puntilla con una manifestación el día antes de su cita con las urnas y dejarles en fuera de juego en el hemiciclo. Puede que Iglesias se haya fortalecido ante una parte de sus electores, pero ha dejado campo de juego a los socialistas entre los votantes de izquierdas y entre los votantes de centroizquierda que reniegan de un PP al que le salen casos de corrupción como champiñones. Pedro Sánchez, sin estar presente, ha ganado el último round por el liderazgo de la izquierda que no ha hecho más que empezar. El PSOE ha definido su estrategia y ha endosado a Podemos el fracaso de una moción en la que Iglesias sólo ha logrado ser la muleta de la estabilidad del PP. Empezó de censor y ha acabado censurado, incapaz de tejer complicidades. Ha ganado Iglesias en una cosa: en sumar enemigos.

Los socialistas han aceptado la oferta de Podemos de trabajar juntos, pero a diferencia de los morados, sus calculadoras funcionan. No hay forma de sumar una alternativa sin Ciudadanos. Por si acaso se le ocurre a Sánchez volver a explorar este camino, Iglesias se encargó de encarnizarse con Rivera, aunque el líder naranja no se arrugó. El PSOE ha salido airoso de este primer lance. Le querían achicar el espacio y Podemos no se ha salido con la suya. Ante los dardos envenenados lanzados a los socialistas como que si «las mentes más lúcidas del socialismo catalán han desaparecido», que si Susana Díaz es una aliada del PP y «un tapón para el pueblo andaluz», que si Corbyn es un líder del que Iglesias sugirió «tomen nota» o los insultos –sin tamices– a Pedro Quevedo, Ábalos mantuvo la serenidad. Pidió respeto, pero no arremetió contra Iglesias.

Lo tangencial dejo paso a lo importante: recuperar votos socialistas que han recalado en Podemos. La guerra por el liderazgo de la izquierda no ha hecho más que empezar. En el PSOE no se descartan acuerdos con Podemos, pero al estilo de Portugal. Es decir, la alianza es posible con un partido socialista hegemónico, que supere en más de quince puntos a su competidor en este espacio. Otro escenario sólo abre el campo a luchas cainitas que sólo acaban con la capitulación del contrario. El PSOE ha estado a punto de vivirlo en carne propia. Sólo las prisas de Iglesias lo han evitado. Ahora Sánchez, a partir del domingo, debe empezar a jugar sus cartas porque es el nuevo PSOE. Iglesias censuró a un PSOE que ya no existe