Alfonso Ussía

Nada sin los García

La Razón
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Las conclusiones del Anuario Estadístico de Cataluña son irrebatibles. Sin los García, es imposible declarar la independencia. Son 170.614 los catalanes que llevan el García como primer apellido. Y 119.026 los Martínez. Y 114.235 los López. Y 102.896 los Sánchez. Los Rodríguez, más discretos y medidos, se quedan en 99.982. No hay que preocuparse. Los Rodríguez acostumbran a ser fogosos, y con 18 Rodrígueces más, se alcanzarán los cien mil. Después vienen los Fernández, los Pérez, los González, los Gómez, Ruiz, Martín, Jiménez, Moreno, Hernández, Muñoz, Díaz, Romero, Navarro, Torres y Álvarez, que cierran la relación de los apellidos más comunes en Cataluña con 26.507. Si no me ha fallado la suma, desde los García hasta los Álvarez, 1.350.951 catalanes. Estremecedor panorama. No obstante, los dirigentes separatistas desprecian y arrinconan a quienes sus orígenes no responden a la mayor pureza de sangre catalana. Una torpeza por parte de los independentistas. Los alemanes marcaron, humillaron y masacraron a los judíos, y los talentos judíos escapados de Alemania contribuyeron eficazmente a la derrota del Tercer Reich. Éste, y no otro, tiene que ser el mensaje de Rahola a Mas: «Artur, sin los García, no conseguiremos la independencia».

Porque los ilustres apellidos de acrisolada pureza catalana, Pujol, Bosch, Rovira, Mas, Solé, Vila, Serra e incluso Rahola, representan tan sólo al 13% de los catalanes. Junqueras no es catalán. Las junqueras son los conjuntos de juncos, que pueden presentarse separados o abigarrados en las orillas de los ríos y arroyos, rías, lagos y albarizas. Los Junqueras son tan charnegos o más que los Hernández, cuyo principal representante en el sentimentalismo catalán, en su bucle melancólico juaristiano, es Xabi Hernández, el poseedor de los «valors» del «Barça». Se me olvidan los apellidos del viejo «¡Hola!» cuando se ocupaba la gran publicación de los Sánchez y los Junco de la sociedad de Barcelona. Siempre aparecían los mismos apellidos. Salisachs, Salarich, Juncadella, Capdevila, Vilallonga... apellidos catalanes muy enraizados en la sociedad española, como los Sentmenat, los Güell, y los Comajuncosa. Apellidos monárquicos casi todos ellos, y en mi opinión escasamente proclives a compartir nueva nación con los Rahola, los Caram, los Junqueras y los Pujol Ferrusola. Pero ni aun sumando a los que desean ser españoles desde su catalanidad pura y dura, son muy pocos para ganar a los despreciados García, Martínez, López y compañía. Por otra parte, Mas es un apellido híbrido. En Castilla, Andalucía y Aragón hay bastantes personas apellidadas Mas. En el Tesoro Epigramático Español, editado en los albores del siglo XIX, se habla de la mujer de un tal Mas madrileño que necesitaba más de los que Mas le daba. «A la mujer de Mas, Blas/ la visita por demás,/ y según propios y ajenos,/ para la mujer de Mas/ lo de Mas es lo de menos».

Sí han acertado los independentistas con la monja coñazo, sor Lucía Caram. Caram es apellido de hondas raíces catalanas. Lamentablemente, y en el caso que nos ocupa y nos preocupa, la religiosa Caram es cordobesa, de Córdoba, República Argentina, como Valdano, lo cual es un grave inconveniente. No se puede declarar la independencia de Cataluña desde el balcón principal de la Generalidad en la plaza de San Jaime con un «¡Ché, ya somos independientes!». Se pierde arraigo, se diluye la emoción y se evapora el sentimiento catalanista.

Todo está en manos de los García, los Fernández, los Pérez y los Martínez. Una República de Cataluña impulsada por los García y los González, séame reconocido, es una República de Cataluña muy extravagante. Y no cuentan con ellos, cuando los inmigrantes de otros puntos de España han trabajado y hecho mucho por Cataluña y no merecen el desprecio de la ANC.

Esa presencia masiva de apellidos castellanos en Cataluña es una prueba de la españolidad profunda de aquellas amadas tierras del nordeste de España. Algunos García llevan en Cataluña cuatro o cinco generaciones. Negarles su condición de catalanes es tan injusto y descarado que hasta Himmler dudaría de las ventajas que semejante desprecio acarrea. Pero está claro que si los catalanes desean saltarse la Constitución de 1978 y mil años de Historia compartida con el resto de España, su brinco no será suficiente. Tendrán que recurrir a los García. Y sin los García y similares, nada de nada.