Restringido

Narcisos

La Razón
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Los hipis y los ultras, los que quemaban la cartilla de reclutamiento para el infierno verde y los partidarios de planchar Vietnam, los hijos de Acuario y los seguidores del predicador con rifle, los jóvenes lectores de Gore Vidal y los de William F. Buckley. En América, muy partidaria de las tartas generacionales, culpan de todos los cánceres sociales y económicos a la horda del «baby boom». Ni sobrevivieron a la depresión ni vencieron a Hitler y a los japoneses. Tampoco, como los integrantes de la generación X o los millennials, cultivaron una suerte de nihilismo con camisas de leñador o entronizaron el solipsismo web. Cierto que los «baby boomers», nacidos entre 1945 y 1965, consolidaron el rock and roll y la revolución de las costumbres, pero desde que alcanzaron el poder, con el salido Bill Clinton y el chalado Newt Gingrich, EE UU colecciona migrañas. La desigualdad crece, nadie hace nada para protegernos del cambio climático, no hay forma de que demócratas y republicanos voten a una, las cuestiones de Estado son ya cuestión de gustos y, como exclamó el otro día el ex vicepresidente Joe Biden, «la única cosa en la que estamos de acuerdo por encima del bipartidismo es ya la lucha contra el cáncer». A sacudir a los «baby boomers» y su narcisismo ha dedicado un libro Bruce Cannon Gibney, «Una generación de sociópatas. Cómo los ‘‘baby boomers’’ traicionaron América». En su reseña para el «Washington Post», Dana Milbank reclama una cierta ecuanimidad (Gibney afirma, erróneamente, que Pat Robertson y Marco Rubio pertenecen a la generación maldita), al tiempo que coincide en señalar el principal problema que trajeron, el chip idealista: «La teoría generacional nos dice que los ‘‘boomers’’ son idealistas. Creen apasionadamente en su concepción del mundo y son inflexibles. El problema pasa porque hay dos mitades del ‘‘baby boom’’: los contraculturales de Woodstock y sus opuestos ideológicos, los que crearon la derecha religiosa moderna. Estos dos bandos están en guerra desde la década de 1960. Una guerra que pasó a la política y que ha paralizado al país durante una generación». Trump representa el modelo más perfecto y acabado de «baby boomer», sección reaccionaria, igual que Bill Clinton, con sus principios intercambiables y su viscosidad moral, lo fue del otro bando. Ególatras y caprichosos, soplan una melodía irresistible como el flautista de Hamelín en el cuento de los Grimm. Al son de su flauta camina una ciudadanía irresponsable, empeñada en odiar a la mitad del país, convencida de que sus ideas son dogma y demasiado entretenida con los cuentos de hadas como para prestar atención a los hechos. Obama, que también era «baby boomer», supo sacudirse el sirope romántico que emponzoña la visión de sus compañeros generacionales. Pero con Trump volvemos a la casilla de salida. Los partidos son máquinas de promoción, el Congreso un estanque de patos, la política un jardín de egos y las redes sociales una corrala de psicópatas. Las Guerras Culturales, el sectarismo y la parálisis legislativa amenazan con descarrilar la locomotora.