Argentina

Neruda y Chile

Desde 1830 las naciones hispanoamericanas del Pacífico, ya bajo la influencia económica de Estados Unidos, insisten en la búsqueda de nuevos horizontes intelectuales para conseguir construir estados capaces de dirigir, controlar y equilibrar las estructuras de la sociedad civil, inclinadas en exceso al criterio de la libertad individual. Creyeron encontrarlo en el positivismo –corriente filosófica surgida en Francia en la primera mitad del siglo XIX–, acuñado por Saint-Simon (1760-1825) y adoptado por su discípulo Auguste Comte (1798-1857), que predicó la renuncia a la búsqueda de principios superiores y la recomendación de consagrar las inteligencias al análisis de las leyes de la Naturaleza. Comte insistió en la necesidad de una ciencia empírica nueva, la Sociología, que consideró era la ciencia del futuro de la humanidad. El mayor vocero de ella fue el inglés Herbert Spencer (1820-1903), una de cuyas obras más resonantes, «Individuo y Estado» (1884), es un manifiesto de los principios liberales.

En Chile, Valentín Letelier se planteó la cuestión en su memoria de 1886, «De la ciencia política en Chile y de la necesidad de su enseñanza», llegando a la conclusión de que en ningún caso el positivismo podía considerarse solución eficaz para reorientar la realidad que, en todo caso, requería la existencia de algo imprescindible pero inexistente, que era una filosofía de la historia. Entre 1871 y 1904, es decir, en lo que se considera generación finisecular, sólo se organizan constitucionalmente cuatro naciones hispanoamericanas: México, Argentina, Cuba y Chile, insisto, bajo una notoria influencia norteamericana.

Dentro de estas cuatro naciones, debe considerarse Chile como un caso especial de estructura decimonónica de gran consistencia conservadora, ordenamiento jurídico, filosófico y de unidad cultural, que se debe al caraqueño Andrés Bello (1781-1865), que había vivido en Inglaterra desde 1810 hasta 1829, año en el que fue llamado por el gobierno de Chile, llevando a cabo en lo educativo una labor sistemática, pues fue el inspirador intelectual de la Constitución de 1883. Como rector de la Universidad de Santiago de Chile consiguió una profunda renovación de las inteligencias creadoras chilenas; consiguió una universalización del pensamiento nacional en su obra «La Filosofía del Entendimiento», construida sobre la urdimbre de cuatro corrientes intelectuales europeas; finalmente, fue inspirador del Código Civil chileno de 1852 y de la unidad de la intercomunicación con la «Gramática Castellana» (1847).

En 1870 se recrudecieron las luchas políticas entre «presidencialismo» y «representación parlamentarista», que tuvo una primera manifestación en la revolución de 1891, girando políticamente en la opinión pública entre lo que se denominó «oficialismo» y el temprano surgimiento del «frentepopulismo», aunque bajo la adaptación de las estructuras al entendimiento de Bello. En la generación primiceria del siglo XX (1905-1930) es cuando tiene lugar la aparición, entre otros poemarios de Neruda, «Veinte poemas de amor y una canción desesperada», que concluye con el grito de fracaso: «Todo en mí ha sido naufragio», sin razones efectivas del por qué histórico del fracaso. Es la etapa poética, al margen de la política, a la que se refería el genial estudio estilístico de Amado Alonso.

La segunda etapa estilística es la Sociología comtiana. Ingreso de Neruda en el partido comunista, adopción civil del seudónimo que utilizó toda su vida. Ejerce puestos de representación diplomática, escribe «España, aparta de mí este cáliz» y estrecha amistades firmes con destacados intelectuales comunistas: García Lorca, Rafael Alberti, Miguel Hernández, Paul Eluard (seudónimo de Eugène Grindel) y Louis Aragón (1897-1982), ambos del partido comunista francés. En definitiva, del surrealismo al «redentorismo social intelectual». Esta adopción de la normativa ideológica comunista no la planteo ni como crítica ni como condena, sino simplemente para tratar de comprender el cambio de orientación de Neruda, de los sentimientos herméticos a la poesía social, con una exclusiva configuración de resultados políticos. En sus últimos poemas da la sensación de que quiere evadirse de su complicidad. Recuérdese «Las piedras del cielo» (1971) o «La espada encendida» (1972), hermosos poemas de variada temática y profundos sentimientos de memoria, amor, libertad. Salir del surrealismo y memorizar la historia en la que se formó. Se aprecia perfectamente en el libro de memorias, publicado póstumamente, «Confieso que he vivido» (1974), donde narra los más afectivos episodios de su vida y las circunstancias que rodearon la creación de sus más famosos poemas, así como las figuras de sus más grandes amigos. Que quiso escapar del encumbramiento del poder lo demuestra su renuncia a la presidencia de la república en favor de su gran amigo Salvador Allende, voceros ambos de la llamada a la conciencia social de los chilenos, de la que surgieron temas como el que se refiere a la urgencia de una transformación del Estado, desde el liberalismo económico a formas de creciente intervencionismo, junto con un fondo clamoroso de las masas en solicitud de mejora del nivel de vida.