Alfonso Ussía

Ni Rábago

Intentaré explicarles, dentro de lo que cabe y con la discreción debida, quién era Rábago. En concreto, Loyola Rábago Belzunce, que llevaba con mucho orgullo los dos apelidos maternos. Eran otros tiempos, y Rábago se adaptó a las circunstancias con inteligencia y naturalidad. Don Loyola nació el día de San Ignacio en San Sebastián. Fue hijo natural de un renombrado duque y de su secretaria particular, y tan particular. Al paso de su crecimiento se parecía cada día más a su padre, circunstancia que no se daba entre los hijos legítimos, que salían a la duquesa y recordaban otros perfiles de la sociedad madrileña. El duque siempre se comportó con su hijo Loyola como un buen padre, siempre dentro de las posibilidades de los tiempos, y Rábago correspondió con entusiasmo a la confianza de su padre, el señor duque, que así lo trataba cuando a él se dirigía o simplemente lo mencionaba.

Los hijos legítimos no veían a Rábago, ya formado, como un hermano. Lo consideraban un adversario. Más aún, cuando el duque decidió que fuera Rábago el que recibiera en su nombre a los visitantes de su castillo. El duque copió el negocio a sus homónimos ingleses, que abrían las puertas de sus castillos a los turistas americanos y con los ingresos pagaban los impuestos. Tal dominio alcanzó Rábago y eran tan similares sus rasgos físicos de los del duque, que los turistas se hacían fotografías con él para presumir que habían conocido al duque. No se trataba de un impostor, sino de un suplente que cumplía a la perfección con su papel. Para colmo, era mucho más culto, simpático y atractivo que sus hermanos, los legítimos. Y el duque se desentendió del negocio, porque Rábago le ingresaba todos los meses una considerable cantidad de dinero procedente de los incautos que creían haber sido recibidos por el titular titulado.

No es sencillo tener un Rábago a plena disposición. Por poner un ejemplo especialmente doloroso. El Gobernador de California no tiene un Rábago que lo sustituya. Si por cualquier contingencia inesperada se ve obligado a cancelar una audiencia, es su Jefe de Gabinete, Malcom Acevedo –de evidente origen español–, el encargado de ofrecer las disculpas. Acevedo no se parece en nada al señor Gobernador. Lo cual es, en ocasiones, problemático.

El Presidente de la Generalidad de Cataluña, Artur Mas, había programado su visita al Gobernador de California con un año de antelación. Y voló, con su séquito, hasta California con tan formidable objetivo. Su intención no era otra que explicarle pormenorizadamente al señor Gobernador los planes independentistas de Cataluña, y de rebote, solicitarle su comprensión y apoyo. California es el Estado más poderoso de los Estados Unidos de América, y el apoyo de su Gobernador no es un croar de rana confusa.

Se compuso el tupé. Vistióse con esmero. Y en compañía de su séquito llegó a la residencia oficial del señor Gobernador en su alquilada limusina. No erró con la limusina, como aquella dulce amante de fallecido millonario que confesó a sus amigas, en tumultuosa merienda en «Embassy», lo generoso que era su «amorcito» con ella.

«Aunque viaje sin él, siempre que llegó a Nueva York, me está esperando en el aeropuerto un chófer con una “muselina”».

Y ocurrió la tragedia. El Jefe del gabinete del Gobernador, Malcom Acevedo, informó –y para colmo, en español–, al presidente Mas, que el señor Gobernador se había ausentado por motivos de mayor importancia y no podía recibirlo. Se supo más tarde que el Gobernador había olvidado su promesa de entregar los premios de un campeonato de pesca de cangrejos californianos, modalidad pesquera muy arraigada en California y que es seguida por decenas de miles de aficionados. Otra vez será.

Y Mas y su séquito retornaron a Barcelona encantados con el trato y amabilidad de Malcom Acevedo. Lástima de Rábago.