Vivienda social

Nos la han Colau

La Razón
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La alcaldesa de Barcelona, la mujer a la que Félix de Azúa mandaría a un puesto de pescado, siente en carne propia las dentelladas que ella misma daba a la autoridad cuando su profesión era la de protestona y cualquier motivo de apellido «social» tenía un hueco en su agenda de «performer» oficial. La publicidad de los desahucios ha desaparecido como si el drama jamás hubiera existido, lo que denota la impostura y la inmoralidad de los que una vez conseguido el bastón de mando entonan la canción del olvido. Pisar la moqueta del ayuntamiento de Barcelona, aunque sea con chanclas en vez de unos Loubotin, deja en las suelas de los zapatos el rastro burgués de la realidad, ese concepto inexistente para los radicales que aspiran a vivir en un mundo alucinado.

Colau no es capaz de enfrentarse a los problemas de verdad, esos que no se arreglan con una frase pensada para cincelarse en mármol. Para la alcaldesa, los borbones eran los «okupas», y para ellos no tuvo ni un minuto de zozobra. Los expulsó del callejero como lo haría un mago con una de esas formas de borrar de mentirijillas. La Historia no puede aniquilarse con una bayoneta de demagogia. Los gusanos yacen junto a los héroes y los mártires por toda la eternidad. Cayeron los reyes, a los que nadie les pagaba el alquiler de estrangis, y llegaron sus chicos pijiprogres a tomar la ciudad antisistema. Ahora no sabe qué hacer con ellos. Cría cuervos y te sacarán los ojos o te harán más famosa. Como Paquirrín y la Pantoja. «The Guardian» se preguntaba ayer si era Colau la alcaldesa más radical del mundo. Lo habrá digerido como si le dieran el premio Nobel, lavándose las manos de la sangre de los heridos en las peleas del barrio de Gracia en las noches de los cristales rotos. Que los vecinos hablen con ellos, que para eso están. Unas conferencias de paz tirando del currículo de Otegi que dejó en Cataluña el manual de instrucciones. Esa ausencia de responsabilidad debe ser el nihilismo. Si no puede enmendar los disturbios de Barcelona, cómo se atreve a dar lecciones a los que bregan en las fronteras con la vergüenza de los refugiados. No hablemos ya de Venezuela que merecería un pleno especial, una recogida de papel higiénico o un cursi lacito en la solapa de la chaqueta. Los venezolanos deben ser los únicos hambrientos que no interesan a la izquierda.

El destino ha querido que hoy se estrene el documental «Alcaldesa», una hagiografía de las que no se estilan en democracia. Más bien al contrario, en estos tiempos en los que un político no vale lo que una entrada de cine. Pero los populistas se buscan su Leni Riefenstahl, sólo que con menos talento, para vender un pueblo emocionado que los reciben como mesías, un subrayado poético que aniquile atisbo de razón. La ciudad, mientras tanto, se le va de las manos como arena del castillo ya deshecho. Debajo de los adoquines no estaba la playa. Sigue en la Barceloneta. Como siempre.