José María Marco

Obama en España

La Razón
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Casi todo lo que está haciendo en estos meses el presidente de Estados Unidos debe ser entendido en término de legado: acciones destinadas a poner los últimos toques en la impronta que Obama quiere dejar en la historia. Era absurdo que en ese legado no apareciera España. Hace unos años, no muchos, las relaciones de nuestro país con Estados Unidos pasaban por uno de sus momentos más bajos. Era, como se recordará, la época del encuentro planetario entre proyectos progresistas que iban a cambiar el mundo. Lo que el protagonista de uno de esos proyectos cambió fue otra cosa y de ahí vino que a pesar de la memorable visita de Rodríguez Zapatero a Washington, Obama no apareciera por aquí.

Los cuatro años de Rajoy en el Gobierno han rectificado muchas cosas. España ha vuelto a ser un país fiable, no una economía al borde del rescate, y ha asumido de nuevo algunas de las tareas que le corresponden: fuera de nuestras fronteras, con unos 2.000 soldados desplegados, y dentro, al facilitar a Estados Unidos el uso de las bases militares estratégicas de Rota y de Morón. España es el noveno país inversor en Estados Unidos, con 60.000 millones de dólares de inversión directa y da trabajo a más de 80.000 trabajadores norteamericanos, según recordaba el embajador norteamericano hace pocos días. En consecuencia, era absurdo que Obama no visitara España. Ni correspondía a la tradición, que quiere que todos los presidentes norteamericanos (desde Nixon) visiten España, ni traducía la realidad actual de las relaciones, ni era una buena señal para el porvenir, porque daba a entender algo que en estos años ha cambiado profundamente.

El destino ha querido que la visita haya cobrado un significado nuevo. Obama sigue estando al final de su mandato, pero Rajoy ha visto su acción política respaldada por los electores. Inevitablemente, la presencia del presidente norteamericano va a tener algo de espaldarazo dado por un hombre todavía joven, pero en retirada, a un veterano que ha conseguido un segundo mandato. Lo que era una cuestión de orden casi retrospectivo se convierte así en una reafirmación de futuro. Obama, con su presencia, reconoce la labor hecha y abre una nueva etapa en la que habrá que consolidar lo conseguido y ampliarlo y profundizarlo. La visita debería ser comprendida por los agentes políticos de nuestro país como una invitación a proseguir en la vía de estabilidad y de vuelta a la prosperidad que debería ser la nuestra. De ello dependen también nuestros socios. También nos sitúa ante las responsabilidades que nos caben, como españoles, en un orden mundial en pleno cambio.

El Rey, firme impulsor de las relaciones con Estados Unidos, ha subrayado en repetidas ocasiones la importancia de éstas. El trabajo del Gobierno de Mariano Rajoy y de los servicios diplomáticos la ha vuelto a normalizar. Hoy los españoles conocen Estados Unidos mejor que nunca y los norteamericanos empiezan a darse cuenta de lo importante que puede llegar a ser España para ellos. De fondo, hay una comunidad de intereses y de rasgos históricos, culturales y de identidad, mucho más importantes de lo que se suele pensar y que hacen de España un país esencial en la historia y la naturaleza de Estados Unidos. La visita de Obama, la normalización de las relaciones entre las dos administraciones y el respaldo a una España más fuerte y más confiada en sí misma son una buena señal para la nueva etapa que se abre en la política de nuestro país.