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Octubre

La Razón
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A estas alturas del verano, cuando el país sestea ajeno a las inquietudes políticas, octubre parece estar demasiado lejos como para suscitar preocupación. Entre nuestras clases dirigentes hay quienes piensan que lo que se avecina requerirá sólo de unas horas, o tal vez un par de días, para que las cosas vuelvan a su sitio porque, según dicen, todo está previsto y preparado para que así sea. Sin embargo, curiosamente, la oposición socialista tiene prisa para adoptar todo tipo de reformas, en general mal definidas, con las que conjurar el fantasma del nacionalismo mientras se coquetea con él. Entretanto los nacionalistas siguen a su bola como si lo de los demás no fuera con ellos, tal vez porque saben que alguna oportunidad tienen y lo único que les queda por resolver es que, si sale mal, no les cueste dinero. Lo malo es que nosotros, los comunes mortales, los que no estamos en el rollo, nos asomamos perplejos a todo ello sin saber de verdad qué es lo que está ocurriendo.

El caso es que, a medida que pasan los días y el calor del verano retorna tras el respiro que dio hace una semana, la incertidumbre sobre todos estos asuntos no para de hacerse cada vez más grande. Nos pasamos meses especulando acerca de la pertinencia de emplear el artículo 155 de la Constitución para impedir el referéndum independentista de Cataluña, hasta el punto de que los expresidentes González y Aznar hablaron de ello, y ahora resulta que a la norma de marras se le ha pasado el arroz porque, según señalan los juristas, el procedimiento para aplicarla puede llegar a ser tan largo y tedioso –en parte porque ampara eso que los clásicos llaman filibusterismo parlamentario– que resulta que, para asegurar el fin apetecido, habría que haber empezado hace meses. Además, el sector progresista no lo ve con buenos ojos, seguramente porque espera que Rajoy salga mal de este trance, como por cierto ya le ocurrió en la anterior ocasión, cuando la cosa fue tan sólo una función de teatro de aficionados, eso sí, con subvención oficial. Ni que decir tiene que ese mismo montón tampoco estaría por los estados de excepción que arbitra el artículo 116 y que algunos hemos recordado como mejor adaptados a la circunstancia. De manera que, al parecer, sólo queda la Ley de Seguridad Nacional que, según dicen los medios oficiosos, pondría a los Mossos d’Esquadra a las órdenes del Gobierno y aquí paz y después gloria.

Todo muy sencillo, muy fácil como se ve, aunque nos dicen que hay que esperar a los hechos sin hacer caso de las conspiraciones. Si así fuera, nos iríamos a la playa sin la menor inquietud, pues la aplicación de las leyes acabaría siendo como la mecánica: la biela mueve la manivela y el tren se pone en marcha para llegar al destino elegido. Lo malo es que ese cuento está mil veces desmentido por una historia en la que los acontecimientos fueron casi siempre inesperados.