Nacionalismo

Optimismo

La Razón
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Winston Churchill opinaba que «un optimista ve una oportunidad en toda calamidad y un pesimista ve una calamidad en toda oportunidad». El pesimismo español fue analizado en profundidad por Francesc Cambó desde su óptica catalanista, llegando a la conclusión que «la masa del pueblo español, es fatalmente, tristemente, pesimista. Y ese pesimismo no es objetivo, no es exterior, no nace de la contemplación de los factores que nos rodean; es interior, es subjetivo, es general: no tiene fe en España porque los españoles, mirando a su interior, no tienen fe en sí mismos». Para los contemporáneos de la España liquidada tras el desastre del 98, una losa de pesimismo asoló las conciencias de nuestro país, mientras en Europa triunfaba «El optimismo de la fe», es decir la confianza de las naciones europeas en sí mismas, en España la inacción, el fatalismo y la pasividad se adueñaron de las clases dirigentes, llevándonos al desencanto y al crecimiento de tensiones separatistas que acabarían llevando a nuestra nación a una triste guerra fratricida y a una larga noche de silencios y temores. Tras la muerte del dictador, una transición modélica en el marco de una constitución aprobada por el pueblo español, nos ha proporcionado paz y prosperidad, y los españoles, por fin, creímos en nuestra nación. La grave crisis económica, que nos azota desde 2008, despertó de nuevo el pesimismo, impregnando de negatividad el tejido emprendedor hispano, una frustración generalizada anda recorriendo el cuerpo inane de la sociedad civil ante el despilfarro y la corrupción de las administraciones, mientras hemos visto crecer la desconfianza hacia la justicia, en medio de la crítica cainita de los partidos, y el odio se ha instalado en los frentes populistas que pervierten el relato de nuestra transición y de la propia democracia, atizando el desprecio hacia nuestra historia, avergonzándose de la condición de ser español y aliándose con lo peor de Europa, el nacionalismo. Diríase que el futuro de España es negro, pareciese que el pesimismo cunde entre las clases dirigentes y cualquier observador bien informado señalaría el proceso separatista catalán como la principal amenaza a la convivencia. Sin embargo, una enorme oportunidad se abre ante todos nosotros. El proyecto separatista ha gozado de inmunidad e impunidad durante lustros, ha gestionado la educación de forma coercitiva sobre la población, ha perseguido al discrepante, los dirigentes nacionalistas se han enriquecido mientras acusaban de ladrones al resto de españoles y han promovido el odio. Pero esto se acaba. El separatismo ha traspasado la línea roja, y el Estado aprovechando la calamidad, tendrá su oportunidad. Y este es el mayor error del separatismo. El lamentable espectáculo en el Parlament con la expulsión de la oposición; la cooperación de los partidos constitucionalistas; la movilización de buena parte de la izquierda denunciando el golpe de estado; los apoyos al proceso secesionista de Otegi, Maduro y Assange; la presencia de la Benemérita persiguiendo a los corruptos; la firmeza del Gobierno, todo ello ilustra que el estado de derecho se impondrá y los separatistas serán desalojados del poder. De todo el poder, sea periodístico, asociativo, político o económico. Antonio Gala decía que «no soy pesimista, sólo soy un optimista bien informado».