Historia

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Órdagos del destino

La Razón
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Claro que el destino existe, y son las decisiones propias y ajenas las que lo tejen. Si la Escuela de Bellas Artes de Viena hubiese aceptado la solicitud de Adolf Hitler, quizá la historia hubiera sido otra, la suya y la nuestra. Lo intentó dos veces, la primera en 1907, la segunda en 1908. Le rechazaron porque no tenía talento para la pintura y le dijeron que probara con la arquitectura, y menuda nos lió. Si alguien le hubiera recomendado el buceo libre, nuestro destino hubiera sido mejor gracias a su apnea deportiva, desafortunada o no. Con el destino pasa como con la estupidez, según la definía Voltaire: es una enfermedad extraordinaria porque no es el enfermo el que sufre por ella , sino los demás. Hasta que un día vira y te cae encima. Esta semana, dos jóvenes han visto como el destino repartía unas cartas distintas que les ha obligado a cambiar de juego. Lucía, una joven a la que apodaban «La intocable» fue agredida salvajemente a la puerta de un discoteca de Murcia por un grupo de antifascistas y horas después conocíamos que ella misma había sido condenada hacía 3 años por golpear a otra chica en un restaurante donde Lucía se encontraba celebrando el cumpleaños de Hitler junto a un grupo neonazi al que pertenecía. A unos kilómetros de distancia, en Alicante, un chico con un brillante expediente académico entraba en su instituto de Villena cuchillo en mano , hiriendo a cinco compañeros. Él mismo dijo que estaba harto, que sufría acoso escolar, algo que corroboraron otros compañeros.

No sé si el destino nos busca a nosotros o somos nosotros los que salimos a su encuentro. Pero sea quien sea el que maneje la brújula que nos lleva, lo único cierto es que el destino está ahí, y como aseguran que escribió Shakespeare, repitió Schopenhauer y luego calcó Stalin (hay que ver las burlas del destino en cuanto a la autoría de ciertos pensamientos), «el destino baraja las cartas pero nosotros las jugamos». Y no está el patio como para lanzarse a la ludopatía descontrolada que nos impone la vida, que luego nos viene la vida lanzándonos órdagos y se nos queda cara de póker.