Manuel Coma

Oriente Medio se desborda

La Razón
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Ojos que no ven... El inerte cuerpecito del chiquitín varado en la orilla es una diminuta gotita de dolor comparado con el inmenso piélago que anega grandes zonas del mundo sin que nuestros sentidos se enteren. No lo podríamos sufrir o preferimos no hacerlo pero son millones los que malamente sobreviven respirando angustia desde que se despiertan hasta que consiguen refugiarse en un sueño cuya inconsciencia no anestesia la congoja. Las catástrofes y las guerras se historian y analizan haciendo abstracción del enorme magma sentimental en que se desarrollan, pero sólo llaman la atención cuando nos salpican o vemos la posibilidad de que lo hagan. África lleva décadas exportando su miseria, últimamente por el agujero en que se ha convertido Libia. Era una emigración básicamente económica pero el azote de la guerra en el Sudán y Somalia y otras zonas afectadas por la barbarie yihadista la ha aumentado y agravado. El chorro humano que llega a Europa desde el mundo islámico, de Marruecos a Pakistán, tiene larga y variada historia y crea serios problemas, pero el potente chorro que ahora proyecta el Oriente Medio es todavía más y creciendo de día en día en todas las medidas y baremos, es una crisis en toda regla.

Las crisis son como los accidentes. Nunca hay buen momento para ellas. Europa se debate con su tema económico, trata de contener el foco griego y evitar un contagio que sería devastador y le estalla la incontenible oleada de desesperados con la que nadie sabe qué hacer. El inverosímil intento de ponerse de acuerdo sobre algo que pueda parecer una solución silencia cuestiones que ante la ineludible urgencia parecen un estéril divertimento académico, pero nunca es superfluo plantearse los orígenes y buscar las raíces de lo que nos apremia. Antes de que las deudas y la despreocupada vida por encima de las posibilidades sacudiesen a la Unión Europea hasta sus cimientos, la moda progre era mirar por encima del hombro a los Estados Unidos, no digamos a una administración conservadora y guerrera como la de Bush, y poner los grandes logros de la Unión como modelo a imitar para el resto del mundo. El soft-power que irradiaba de Europa, tolerante, permisivo, “welferista”, pacifista, iba a transformar el mundo. El gigantismo económico el Europa resultó tener los pies de barro y más allá del poder del dinero la influencia europea parece haberse concentrado en su capacidad magnética para atraer a los que no podían subsistir en las tierras que los vieron nacer. El factor militar, sin el que la diplomacia, como decía Federico II de Prusia, es como la música sin instrumentos, ha venido desvaneciéndose hasta límites casi simbólicos. No tiene que ser el único ni el más importante, pero es componente imprescindible donde el lenguaje de la fuerza es el único que se entiende. Muchos son los remedios y cataplasmas que necesita el Gran Oriente Medio y de nada vale pensar en rápidas curaciones sino sólo en prolongados tratamientos que atemperen la intensidad de los males, pero actuar como si nada tuviera que ver con nosotros y que contra la brutalidad bastan las prédicas, es una de las razones, y no de las más triviales, de que las cosas hayan llegado al punto donde se encuentran, no sólo abominable, sino con posibilidades de seguir desplomándose. En todo ello, por supuesto, la inhibición del liderazgo americano tiene mucho que ver. Sirve para convertirlo en objeto de toda clase de denuncias de imperialismo americano, pero si Washington no encabeza y tira del carro Europa no se mueve. Obama llegó para cerrar guerras como si se tratara de abandonar una partida amistosa de cartas. En Libia revolucionó la estrategia dirigiendo desde atrás y detrás dejó el caos en el que país se halla sumido. En Siria no ha sabido donde meterse y no ha dejado de decir y proponer una cosa y su contraria. El resultado es la mayor desplazamiento de seres humanos desde la Segunda Guerra Mundial. El acuerdo nuclear con Irán echará leña al fuego de todos los conflictos, pero no se sabe si mediante una inversión de alianzas, reforzando las tradicionales. El resultado es que Europa no se enfrenta con una crisis más o menos momentánea, sino con la avanzadilla de algo mucho mayor.