Luis Alejandre

Otros veraneos: la UME

La Razón
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He dedicado varias de las tribunas de estos meses de verano intentando acercar al lector a la vida de nuestros soldados y marineros que cubren misiones en el exterior, inmediatas al «riesgo y fatiga» del que nos hablan nuestras ordenanzas.

No sería justo que me olvidase de quienes en suelo patrio cubren misiones de igual o mayor riesgo. No son nuevas las intervenciones de unidades de los Ejércitos y de la Armada en catástrofes naturales: recordemos las inundaciones en el País Vasco de 1983, las riadas de Badajoz en 1997, la recogida de «chapapote» en 2002 o la intervención por grandes nevadas en El Bruch o en Burgos.

Siempre hemos mantenido que todas –insisto, todas– las Fuerzas Armadas son instrumento de la política del Gobierno. No debe extrañar por tanto que ante un apagón energético se concentrasen todos los grandes generadores de los regimientos de Ingenieros para reforzar las redes eléctricas de Cataluña; que efectivos de la BRILAT de Pontevedra patrullen desde hace años por toda Galicia en prevención de incendios; como era familiar y más que conocida la intervención de los hidroaviones del Ejército del Aire –apagafuegos– en todos los incendios del verano, cuando éramos y somos conscientes del enorme riesgo que el ejercicio contra el fuego representa.

No obstante lo anterior, un Gobierno que no se había distinguido por su especial sensibilidad hacia las Fuerzas Armadas, consideró oportuno especializar una unidad militar «organizada, adiestrada y dotada de material e infraestructura para preservar la seguridad y el bienestar de los ciudadanos en casos de catástrofe, calamidad, grave riesgo u otras necesidades públicas».

De ahí que la Unidad Militar de Emergencias (UME) naciese tras un acuerdo del Consejo de Ministros del 7 de Octubre de 2005 con ciertas incertidumbres: no amplio consenso con otras formaciones políticas ni con los responsables militares; realización de funciones de Protección Civil que corresponden a las comunidades autónomas; detraer fondos de un ya menguado presupuesto de Defensa. (Entre 2005 y 2008 la UME recibió 1.600 millones de euros para su formación).

En mi opinión en la decisión del Gobierno influyeron dos factores. El primero, la mala gestión de la Junta de Castilla la Mancha y su incapacidad para coordinar acciones con otras comunidades, a raíz del trágico incendio de Guadalajara de 2005 que costó la vida a 11 brigadistas. Se daba la circunstancia que el entonces secretario de Estado de Defensa, era castellanomanchego. Conociéndole, le tengo por persona honesta, debió sufrir con aquella gestión y propuso la solución mas sencilla: confiar la coordinación entre comunidades –los fuegos no suelen reconocer límites ni fronteras– al Ejército.

Pero hay un segundo factor que considero importante. El presidente del Gobierno había conocido de primera mano en París la Brigada de Zapadores Bomberos (Sapeurs Pompiers), una unidad de gran prestigio, conocida popularmente como «la Brigade». Esta unidad, que cubre toda la región parisiense, procede de una decisión de Napoleón de 1810 tomada a raíz de un incendio de su propia residencia y del más cruento de la embajada de Austria en la capital francesa que se saldó con mas de 100 muertos. Napoleón III en 1869, le dio carácter, organización y medios. Incluso le concedió el honor de tener bandera. En aquel tiempo el general Haussman reconstruía el París que hoy conocemos. La actual Brigada la componen unos 8.500 efectivos, la manda un general de Ingenieros del Ejército de Tierra y está puesta bajo la autoridad del prefecto de Policía de la ciudad. Su prestigio procede especialmente por los reducidos tiempos de intervención de lo que bien tiene que ver la ubicación de sus acuartelamientos que distribuyó el propio Haussman. Además hoy la «Brigade» da seguridad a la estación espacial de Kourou en la Guayana Francesa así como en la base de lanzamiento de misiles de Biscarrosse.

Por supuesto, la UME, unidad disciplinada, dispuesta, preparada, bien mandada, constituye hoy uno de los pilares de la intervención en catástrofes tanto nacionales como en el exterior. Está distribuida en siete bases: cinco principales, Torrejón, Morón, Bétera, Zaragoza y León y dos destacamentos en Las Palmas y Tenerife. Este año la hemos visto «veraneando» en Luna, Humanes, Quesada, Cieza, Figueiras, Benza, Ames y en Cáceres, donde concentró efectivos de tres de sus cinco batallones luchando contra el fuego en la Sierra de Gata. Estoy seguro de que tuvieron un recuerdo para el cabo primero Alberto Guisado, que en agosto de 2012 encontró la muerte en la misma Sierra en un incendio similar. Sus hidroaviones del 43 Grupo del Ejército del Aire –Bombardier 415 y Canadair 215– llevan ya este año 1.300 horas de vuelo, han acumulado y lanzado 17.000 toneladas de agua en 3.000 descargas.

Por supuesto, no puedo terminar esta reflexión sin citar a los cientos de guardias civiles, bomberos, brigadistas, policías locales y voluntarios, que intervienen en catástrofes e incendios. No sería justo hurtarles también su enorme mérito.

Todos caben en el lema que adoptó la UME: «Para servir». Por supuesto, unidos.