Restringido

Pablo Superstar

La Razón
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Pablo Iglesias afirmó en la última campaña electoral, a modo de justificación por su tono moderado, tachado incluso críticamente de socialdemócrata, que si quería ser presidente del Gobierno no podía presentarse ante los españoles como el enfant terrible. Pues bien, viéndolo ayer desenvolverse en la tribuna del Congreso de los Diputados, desde luego debemos concluir que el líder de Podemos ha decidido cambiar su carrera hacia La Moncloa por un papel de malote en la película de intriga estrenada en esta nueva legislatura.

Iglesias, no hay duda de ello, es un populista. Claro. De ultraizquierda, sí, pero populista sobre todo. A eso juega. Sabe bien que su éxito reside por tanto en monopolizar el debate político: «Que hablen de mí, aunque sea mal». Así que su tarea primordial cada día consiste en promover discusiones que enganchen a la mayor parte de la población. Naturalmente unos estarán a favor y otros en contra de lo que dice y de lo que hace. Eso realmente es lo que menos le importa. Lo fundamental para un líder que busca presentarse como la única voz auténtica del pueblo es la notoriedad, es decir, que la mayoría discuta sobre él, sobre sus propuestas y sus gestos. O sea, marcar la agenda y los tiempos de la política.

Pocas dudas caben, tras este primer acto del debate de no-investidura de Pedro Sánchez, de que Pablo Iglesias ha sido el protagonista. Montó la gran bronca en la tribuna del Congreso, convirtió las Cortes en una asamblea de Facultad sin reglas y con su actitud (y por la bisoñez del presidente del Congreso, Patxi López) sustituyó de un plumazo la cortesía parlamentaria por el insulto dirigido a cualquiera que se le pusiese a tiro, ya fueran los protagonistas de la Transición, los fundadores del PP o líderes socialistas como Felipe González con sus manos manchadas de «cal viva». Hasta besó en la boca a su confluente Xavier Doménech en un arranque frente a los asientos de los ministros Alonso, Guindos y Tejerina. Iglesias Superstar.

En fin, lo que tantas veces se había visto en un plató de televisión, por mor de la «democracia de audiencias» en que nos vamos introduciendo, la política espectáculo, se ha trasladado ahora al sacrosanto templo de la soberanía nacional de la Carrera de San Jerónimo. Pablo Iglesias en estado puro.

La izquierda española está en guerra civil. Podemos y PSOE se disputan quién será la alternativa al centro derecha. Ahí está el auténtico quid... ¿De verdad alguien pensaba que con estos ingredientes sobre la mesa iba a faltar Iglesias a tal festín televisivo?