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La Razón
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Ya estamos, amigos y amigas, en plena estación paganini y ésa es mucho más estación que la primavera o que Zaragoza Delicias. Me ha llamado mi madre para quejarse amargamente de lo poco que le va a devolver Hacienda y yo le he dicho que hable con el ministro, que es un encanto, que ya verá cómo le rebaja las tensiones una barbaridad. Mi madre considera que lo justo sería que le saliera la declaración a devolver, pero no un poquito, no, una pasta indecente. Y que cuando la Agencia Tributaria le realizara la transferencia bancaria le adjuntara una nota pidiéndole disculpas, poniéndose a sus pies y prometiéndole que jamás de los jamases volvería a portarse así con una indigente. Es que mi madre pasa la mujer por una homeless ante Hacienda, lo que viene siendo no tener donde caerse muerta. Mi madre tiene todas las deudas a su nombre y sus ahorrillos al mío, de tal forma que cuando me llega el borrador de la declaración observo que soy titular de tantas cuentas bancarias que me extraña no aparecer en la lista Forbes o en los papeles de Panamá. Debo darle la sensación a ese Ministerio de que poseo el dinero por castigo, pero yo también he hecho ya la declaración y no es que me salga a pagar un poquito, no, es una pasta indecente. Los solteros honrados de mediana edad somos así, qué quieren. A mí me fascinan algunos amigos que se las componen divinamente para que las cosas les salgan como deben y que cuando llegan estas fechas se ven obsequiados con unos cientos o miles de euros. Cientos o miles de euros a los que los solteros honrados hemos contribuido con nuestras facturas de restaurantes (porque no hacemos más que salir a cenar a ver si en una de éstas pillamos a un contribuyente suelto y acabamos desgravando juntos), y nuestra conciencia ciudadana. Y mientras ellos comprueban su ingreso en la cuenta, nosotros pagamos y pensamos en las carreteras, en la atención sanitaria, en las prestaciones para los más necesitados, en el 0,7% y en la paz mundial. Ains, qué bien se queda uno cuando paga a Hacienda, no sé cómo no pasa más a menudo oigan. Lo próximo es que nos peguen con una tabla de lavar en los riñones o que nos cuelguen de los pulgares en un tendedero. Ay, qué alegría y que conciencia más grande.