Crisis económica

Pasquín del economista perplejo

La Razón
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Si a alguien hubiera que denigrar, a este lado de la barrera, por su comportamiento en la crisis catalana no serían otros que la autoridad fiscal independiente (Airef) y el Banco de España. Ambas instituciones se han sacado de la manga, envueltos en inescrutable econometría, unos pronósticos catastróficos sobre la repercusión de esa crisis sobre la economía española que nos colocan poco menos que en el borde del abismo. Y lo han hecho a partir de unos cálculos hipotéticos y desmesurados que nada tienen que ver con los acontecimientos vividos en aquella región de España, la una identificándolos con veintinueve episodios de los que sólo cuatro tienen que ver con España, y el otro con el impacto que tuvieron la quiebra de Lehman Brothers y el rescate bancario de 2012. Una desmesura, sin duda, con la que al parecer sus directivos se apuntan al tropel patriótico que la declaración de independencia catalana ha desencadenado. Su mensaje no por ello deja de ser una impostura que confunde, antes que ilustra, a la audiencia, levantando miedos, sospechas y desprecios a todo lo que llega desde el viejo Principado. A mí, que algo he aprendido de economía desde que hace medio siglo entrara en la Facultad de la Complutense de la que aún no he salido, me ha dejado perplejo. ¿Cómo es posible que hace tan sólo unos meses el Banco de España dijera que la situación de interinidad política, de gobierno semiausente durante casi un año, que provocó la fallida elección de diciembre de 2015 y que hubo que repetir seis meses más tarde, sólo redujo el crecimiento del PIB en 0,1 puntos porcentuales, y venga ahora a predicar que lo de Cataluña va a acabar costándonos veinticinco veces más?

¿Pero qué es lo de Cataluña? Lo que todos sabemos es que un poco más de dos mil empresas han trasladado sus sedes a otros sitios de España –sin que ello haya afectado a su producción en la región– y que algo ha caído allí el turismo, el consumo de espectáculos y otras actividades de ocio. Mientras tanto, el empleo ha seguido creciendo –poco, es verdad– y no se han producido quiebras ni quemas de fábricas –como, por cierto, ocurrió durante la crisis de la primera mitad de los ochenta–. Eso es todo, al menos de momento; y eso no avala el pesimismo extremo de la Airef y el Banco de España. No se me oculta que estamos asistiendo al primer movimiento de un proceso cuyo resultado implicará una pérdida de posición relativa para Cataluña en España. Porque, como ya ocurrió en el País Vasco, las empresas que se marchan acaban promoviendo sus negocios, sus ampliaciones, sus nuevas inversiones fuera de la región. Pero eso lo único que supone para España es una redistribución espacial de la actividad económica; no su decadencia, pues lo que pierda Cataluña lo ganarán otras regiones. Así que no nos vengan con milongas de patriota sobrevenido y dedíquese a aprender lo que desconocen.