Ángela Vallvey

Penas

La Razón
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Pedro Luis Gallego, de 60 años, ha sido detenido por agredir sexualmente a 4 mujeres en la zona del hospital madrileño de La Paz. Se hablaba del «violador de La Paz». Finalmente, hemos descubierto que el delincuente era un viejo conocido de la justicia: «El violador del ascensor». Salió de la cárcel y continuó agrediendo a mujeres. Eso sí: aparentemente, ha dejado de matarlas. Ahora, según se desprende de su conducta, le importa menos que sus víctimas lo reconozcan. Se siente más seguro. Al fin y al cabo, cuando todavía era solamente «El violador del ascensor», violó y asesinó a dos jóvenes de 23 y 17 años en apenas 6 meses. Contaba además con 18 violaciones «probadas» en su repugnante historial. Lo condenaron a 273 años de cárcel. Todavía estábamos en aquellos tiempos –los años 90 del siglo XX– en que veíamos condenas judiciales de cientos, de miles de años de prisión, que por supuesto nadie cumplía, pero que satisfacían y calmaban de algún modo a una sociedad abrumada, apaleada, dolida por el terrorismo y fenómenos de violencia extrema como los que ejemplifica este ser abominable que ha hecho de su vida una carrera en pos de la agresión violenta a mujeres; una trayectoria vital la suya, llena de promociones profesionales: de grandes hitos en forma de asesinatos pavorosos e inmundos atentados sexuales. Solo la Asociación Clara Campoamor –hace un trabajo precioso, valiente, impagable, nunca bien reconocido...– se ha preocupado de impulsar procesos judiciales contra este violador y asesino en serie, y de pedir reparación para las víctimas. El Tribunal de Estrasburgo (¿cómo y dónde se pueden interponer reclamaciones o recursos sobre sus sentencias...?, ¿cómo pedirle cuentas, responsabilidad...?), cuyos miembros hoyan mullidos y calientes sillones, lejos de la mugre y la violencia que sufre el ciudadano común, derogó la doctrina Parot, dando la razón a un recurso de la etarra Dolores del Río, así que salieron a la calle medio centenar de terroristas etarras, una docena del Grapo y un número inconcreto –o sea, escalofriante–, de asesinos y violadores, entre los que se encontraba este engendro, que en cuanto se vio libre comenzó a violar de nuevo. Pero ya más sereno. Ahora no tiene tanta necesidad de asesinar. La justicia se ha encargado de borrarle años y penas por arte de magia estrasburguesa. Se ha dado cuenta de que la ley lo protege a él mucho más que a sus víctimas.