Paloma Pedrero

Perdonen la tristeza

La Razón
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Verso de César Vallejo que no olvido. Es cierto que la tristeza nunca ha estado bien vista, pero con el desarrollo desatinado del capitalismo la cosa ha llegado a las últimas consecuencias. Recuerdo aquellos años en que «España iba bien» y todos representábamos que nos iba bien. El que confesaba penurias era apartado como un apestado del grupo de los «triunfadores». El que revelaba la realidad de su cuenta corriente era mirado como un sarnosillo. Todo va bien, todo tiene que ir bien, y el que no bote «maricón». En aquellos años del esplendor económico –de algunos– todos teníamos que botar. Luego llegó la crisis y la opinión dominante se relajó. Qué gusto, ya nos podemos quejar. Ya podemos expresar que las pasamos canutas algunos días y también a fin de mes. Pero como los seres humanos somos de extremos, con la crisis volvió el lamento. El estéril victimismo del que llora y no actúa. Nuestro país, quizá todos, es muy de eso. No me dan trabajo, no me llaman, no me quieren. ¿Y tú qué? ¿Tú das algo? ¿Tú propones algo? Detesto la queja porque nos hace flojos y mendicantes. Pero también detesto el que no podamos expresar los auténticos sentimientos, el verdadero dolor. Porque hay momentos en la vida en los que ver todo negro es ser un optimista. En los que la existencia arrea con el látigo hasta hacerte añicos. Y hay que expresarlo. Como hay que denunciar las injusticias. Y hablar de desamor, de crueldad y de fango. Y encenderse de empatía. Y no agarrar del cuello a alguien por no acabar preso. Y si hay que decir «esto es una mierda», decirlo. Y después, ya veremos.