Alfonso Ussía

Pésima educación

La Razón
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Leía el señor embajador de Francia la prensa matutina en su residencia de la calle de Serrano. Tomó entre sus manos el «Arriba» que dirigía Jaime Campmany, y se incomodó al leer la noticia. La noticia contenía una errata, pero de golpe, al señor embajador de la República Francesa en la España de los sesenta, se le antojó un abuso, un detalle de pésima educación por parte del General Franco. Lo anunciaba su periódico, el «Arriba», no el monárquico «ABC» ni el eclesiástico «Ya». La información no admitía interpretaciones ajenas a la textualidad: «Su Excelencia el Jefe del Estado Español, ha invitado al Presidente de Filipinas, Diosdado Macapagal, a una visita oficial a Francia». El señor embajador tembló al pensar en el enfado del General Charles De Gaulle, Presidente de la República, cuando se apercibiera del lamentable abuso. Sólo se tranquilizó cuando supo, por una llamada de Jaime Campmany, que se trataba de una desgraciada errata, de un resbalón sobre plátano del redactor de la noticia.

No está bien meterse en casa ajena para invitar o recomendar a costa de los anfitriones. Quien esto escribe fue protagonista de un detalle de pésima educación. Eso, una cena en casa de una amiga con carácter. Me enteré de los invitados y no me divertía ninguno. Un tostón de cena. Como tenía confianza con ella, llamé a su casa y le hice una proposición: «La verdad es que has elegido para cenar en tu casa a la gente más aburrida de Madrid. Iré encantado si convidas a Elena Vergarajáuregui». (Por aquellos tiempos, uno andaba enamorado de tan formidable mujer). La respuesta de la invitadora fue tajante. «No pienso invitar a nadie más. Por mí, quédate en tu casa, pedazo de cabrón». Recibí mi merecido.

Más o menos es lo que ha intentado Albert Rivera en el Partido Popular. Imponer sus preferencias, cuando esa imposición es de la exclusiva responsabilidad de los dirigentes del PP. «No apoyaré jamás a Rajoy, Santamaría y Cospedal, pero si la formación de un Gobierno en minoría depende de Cristina Cifuentes, Alberto Sánchez Feijóo, Ana Pastor o Pablo Casado, ayudaré al PP, como partido más votado, a que gobierne».

La razón o la sinrazón no determinan la buena o mala educación. En cualquier caso, Rivera se ha manifestado con harta descortesía.

A muchísimos votantes del PP, les encantaría una retirada de Rajoy y de Soraya. No tanto la de Dolores Cospedal, si bien está excesivamente involucrada en el asunto. Por otra parte, la situación no está para ser exigentes y tiquismiquis. Lo que puede llegar es muchísimo más peligroso que el afán de permanencia de algunos.

Cristina Cifuentes es, en mi opinión, la gran apuesta de futuro del PP, y si el futuro es el 27 de junio, mejor aún. Y lo mismo escribo de Feijóo, Pastor –la mejor ministra de Aznar y de Rajoy–, y del joven Pablo Casado, del que estimo que le queda una legislatura para completar sus cualidades. Pero esas decisiones, las debe adoptar el PP, no Rivera ni Ciudadanos. Tengo para mí que Rivera no conoce la modestia ni la prudencia. No se trata de un impulso antidemocrático, como han definido la intromisión de Rivera algunos dirigentes populares. Se trata, sencillamente, de una exigencia sostenida por una pésima educación.

Si el PP decide que Rajoy y Soraya no son sustituibles, allá el PP con sus decisiones, si bien siempre es recomendable oír las opiniones de muchos que no llegan a orejas de Rajoy por los tapones de cera que le ha encajado Moragas en las Trompas de Eustaquio. Porque en verdad, quien lleva las riendas de la campaña electoral sigue siendo Arriola, el gran visionario socialista.

Visto lo que puede venir, lo de Rajoy no es lo peor. Pero Rivera bastante tiene con arreglar su casa antes de meter las narices en los hogares ajenos.