Ángela Vallvey

Pla..

La Razón
La RazónLa Razón

Josep Pla tenía miedo de la situación de España en los años 30 del siglo XX. Sus recelos estaban justificados. Vaticinaba «la revolución y la guerra civil» como inminentes. Podía sentirlas desde su mirador privilegiado en Madrid, donde fue un corresponsal parlamentario fino e inteligente. Hizo una crónica detallada de aquellos años convulsos. Sus escritos suenan tan actuales que, hoy, al lector también le da miedo el paralelismo del presente con los hechos que relata. Los personajes protagonistas de antaño, además, parecen los mismos de ahora, excepto porque éstos últimos tienen Twitter. A Pla no le gustaban las soluciones «bestias, insensatas e inútiles», y tampoco era partidario de hacer sacrificios de tal jaez. Era un observador sensible y profundo, pacífico. Prefería indagar y contar desde su mirada de tranquilo «hereu» (heredero) rural. Fue uno de esos incontables catalanes que anteponen la convivencia y el seny (la sensatez) a la rauxa (el arrebato), mientras se veía envuelto en unas circunstancias políticas en las que precisamente la violencia empezaba a convertirse en ejecutante del escenario histórico. Según Xavier Pericay, su amigo Carles Sentís, que lo frecuentó desde los años republicanos, decía que Pla vivía con miedo, y que muchos de sus actos fueron dictados por esa emoción que –quienes la hayan padecido, lo saben bien– empuja a las personas a correr, no siempre en la dirección que hubiesen preferido. Entre febrero y julio de 1936 la situación se convertía, cada día más, en explosiva, «buscando el levantamiento plebiscitario: insurreccionalismo y elecciones» (Enric Ucelay-Da Cal). Mientras que la CNT pretendía «destruir completamente el régimen político y social», la Falange era declarada fuera de la ley y aumentaban las proclamas, las penas de muerte y los golpismos... Pla no soportaba ese ambiente de tensión beligerante. Si no se marchó de España fue porque el gobierno civil de Girona le retiró el pasaporte. Cuando por todos lados le exigían tomar posición –decantarse por un tipo de violencia u otro–, Pla se refugió en el Ampurdán y decidió callar. Por eso, y por acomodarse al franquismo que vendría después, su figura ha sido muy criticada. La equidistancia está mal vista. Pero Pla probablemente no fuese equidistante, sino un hombre de paz, de verdad, que abominaba de la fiereza política, el salvajismo de la guerra y la incultura del enfrentamiento. Sus crónicas parecen haber sido escritas ayer mismo. Resulta espeluznante ver dónde estamos casi un siglo después.