Debate de investidura

Planeando sin motor

La Razón
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Estábamos acostumbrados en Europa a presenciar a sociedades como la italiana viviendo su día a día completamente ajena a sus convulsos avatares políticos. Italia es un país en el que la enésima crisis institucional podía estar sentenciando la dimisión de todo un Gobierno mientras los canales de televisión no dejaban de emitir concursos y programas de cocina como si todo estuviera en su sitio; dos universos paralelos. El precedente, muy ligado a la idiosincrasia transalpina, empieza a tener no pocas concomitancias con lo que, especialmente tras los comicios de junio, estamos viviendo en España. Estos dos meses transcurridos en pleno periodo estival tras la cita con las urnas en «segunda vuelta» han mostrado a una sociedad, que ni ha hecho, ni ha dejado de hacer en función de una dinámica política a la que ya se contempla –y esto es lo más preocupante– con el hastío y el desdén propios de lo que tiene difícil remedio.

El verano ha traído auténticos récords de ocupación turística en todos los rincones de España animados por las medallas de Río. Ha mostrado persianas caídas para ver si a la vuelta «ya había acuerdo» y por supuesto no se ha perdonado, haya o no haya gobierno y vayamos o no a terceras elecciones previas investiduras fallidas en septiembre y puede que octubre, ese desenfreno tan único y tan propio de una España primitiva que cada agosto se libera en las fiestas de ciudades, y sobre todo pueblos, con el olor a orín en los callejones, los «cubatas» en vaso de plástico, los encierros, las gallinejas y las muñecas «chochonas».

El verano nos ha instalado en un vuelo sin motor en el que el país planea con inercias que dan no poco que pensar y el estupor de los socios europeos ante el «Harakiri» político hispano contrasta con una prima de riesgo que no sólo no se dispara sino que continúa en sus niveles más óptimos, con un éxito evidente en la última colocación de deuda pública o con los datos de empleo y confianza del consumidor en una tendencia positiva. Todo un revés para quienes achacan a Rajoy los males de políticas supuestamente antisociales, pero un toque de atención a quienes desde la responsabilidad económica de un Gobierno ahora en funciones se colgaban legítimas medallas que hoy van a quedar sin más dueño que el de la tan traída y llevada «coyuntura exterior».

Cuando la provisionalidad se hace cotidiana el futuro comienza a hipotecarse. Lo que hace semanas era una investidura y nuevo gobierno irreversibles con unos resultados del «26-J» más claros que los del «20-D», ahora se torna en un intento previsiblemente fallido la semana que viene y si hay otro en octubre ya veremos. No hace falta ser un observador foráneo para preguntarse qué broma es ésta. Basta con cotejar el desdén fruto de la decepción entre una ciudadanía que ya no ha cambiado su ritmo de vida ni en verano y que va a ser inmisericorde el «25-D». Nada peor que decirle al sufrido electorado «repítemelo, que no me gusta lo que votas».