José María Marco

Populismo socialista

La Razón
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Una de las muchas paradojas del populismo es que, queriendo profundizar la democracia para terminar con la corrupción, acaba con la primera y aumenta la segunda. No es demasiado difícil de entender. Al querer «democratizar» la democracia, amplía la esfera de la acción política y así amplía también las oportunidades de corrupción. El mecanismo se comprueba en el caso de los ERE de la Junta de Andalucía y del PSOE de la región. Nos enseña otras cosas, además.

Una es que el populismo sobre el que se han vertido ríos de tinta en los últimos años no es algo nuevo en nuestro país. Ha habido mucho populismo en España (como casi en cualquier democracia), desde Mario Conde y Jesús Gil, pasando por Baltasar Garzón y los nacionalismos hasta... las Comunidades Autónomas. Aquí se ha hecho y se sigue haciendo populismo a lo grande, con la ambición apenas disimulada de convertir las Comunidades Autónomas en ínsulas de Barataria donde predomina el principio del todo gratis. Más aún, en el caso de Andalucía, la Junta ha levantado una red clientelar, típicamente populista, que vincula gasto público con voto cautivo. Ante esa red se ha estrellado cualquier intento de cambio. Y hay algo todavía peor, porque el populismo del PSOE andaluz, que ha desviado cantidades masivas de dinero público, alcanza la perfección de la perversión populista al utilizar un mecanismo de ayuda como una forma de contribuir a destruir –devastar, decía ayer acertadamente el editorial de LA RAZÓN– el tejido productivo para favorecer a los amigos-clientes y crear aún más dependencia. Cuanto peor, mejor. Así se explica que lo que podría haber sido una de las regiones más prósperas de la Unión, sea, tras 34 años de populismo socialista, la misma que consigue casi todos los records de paro.

El problema no es sólo que el PSOE se crea en condiciones de dar lecciones. Lo peor es que ha producido el caldo de cultivo ideal para que, arrasada el tejido social y corrompida la urdimbre cívica de la sociedad andaluza, los electores se vuelquen, en las próximas elecciones, con quienes les prometen continuar con la «democratización» de la democracia, que a estas alturas ya sabemos lo que significa. Ni el PSOE ni Podemos son el cambio. Son la continuación y la intensificación de prácticas políticas muy bien conocidas. Regeneración es en este caso, como siempre, aún más caciquismo.