María José Navarro

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La Razón
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Me sorprenden estos días varias cosas a partir de Barcelona. Que se le dé carta de naturaleza a unos grupitos minoritarios que exigen venganzas, expulsiones y hasta intervenciones militares, nuevos niveles de alerta, consejos de la CIA (como si fueran alguna novedad las cosas que nos cuentan acerca de las posibilidades de ataques próximos y futuros) y, si se tercia, cierre de fronteras a musulmanes. No creo que sean más de veinte y les encantan las pintadas en las paredes, acercarse a las concentraciones para que parezca que son más entre los asistentes y cargar detrás de perfiles «fakes» en Twitter y en Facebook mensajes que avergüenzan a Agamenón y a su porquero. Me sonrojan esos testimonios en primera persona sobre la tragedia enorme que ha vivido Cataluña. Hace una semana pasaba yo justo por la Rambla y tengo muchos amigos en Barcelona. Fíjate, hace dos años decidí que era mi ciudad en el mundo, mi favorita, y siempre me sentí seguro. Ahora ya nada será igual. Estuve en Cambrils en unas vacaciones y jamás pude imaginar que esto sucedería. Estoy consternado. Es ese empeño en ser protagonista de algo que no lo has sido, de algo que no tiene que contarse en primera persona del singular, sino del plural. Y en todo caso, en tercera persona. Tiene que contarse en la memoria de sus víctimas, para que nunca se nos olvide. Para que sus historias personales permanezcan. Los muertos no se pueden contar en ordinales, se deben relatar con nombres propios. Tampoco entiendo el debate sobre si la investigación está cerrada o no. Confío plenamente tanto en la Policía Nacional como en los Mossos (bravo por ellos y gracias) y en la Guardia Civil y en la Urbana. Sé que están preparados y me fío. No me entra en la cabeza que haya que conversar ni medio minuto si abatir a los terroristas estuvo bien o fue excesivo. Y sobre todo: para una vez que tenemos experiencia como pueblo en algo y sabemos contenernos y comportarnos no tratemos de cabrear a las abejas. En esto, desgraciadamente, son muchos años de sufrimiento y de terrorismo. Hemos aprendido y sabemos embridarnos el instinto. Sabemos que no queremos que nos cambien una seguridad férrea e irrespirable por mantener nuestra libertad. Esa es nuestra fuerza. Esa es, frente a ellos, nuestra victoria.