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La Razón
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Yannick Carrasco asoma desde el balcón del Atlético al universo y de inmediato es pieza codiciada. Si le quieren, son 100 millones. Rummenigge advierte de que «en la Premier están secuestrando niños», pues fichan chavalines de 10 y 11 años. El Bayern espera a que cumplan 14 (?). Neymar cobrará en el Barça un millón menos que Messi, 25 por temporada. Messi, cuyo contrato expira en 2018, aguarda en la antesala de la renovación. Aún es el mejor jugador del mundo, el más destacado valor azulgrana y el deseado, de ahí que cuando negocie la ampliación su ficha crecerá hasta los 40 millones. Premios –los de las mejoras salariales– a la calidad contrastada, al valor en alza o al valor indiscutible, y freno para especuladores.

En la Premier tienen el dinero de la televisión por castigo, pero no a los mejores futbolistas. Por eso los buscan cuando son poco más que una semilla. Contra ese potencial hay que protegerse y, de paso, alejarse sin pretenderlo de la realidad que nos envuelve. Porque hay premios, metálicos, y premios, de reconocimiento.

El de Gómez-Noya, premio Princesa de Asturias de los Deportes, es de los segundos. Habla de su talento, de su calidad, de su enorme sacrificio y de su fiabilidad en cualquier competición. No desentonaba Javi en el magno escenario del teatro Campoamor, tan próximo a Nuria Espert, otro reconocimiento inmenso, otro ejemplo de vida, de profesionalidad, de entrega desde los 13 años, de sensatez, de raciocinio, de unión. «He construido mi carrera entre mis dos lenguas amadas, el catalán y el español», dijo esta gran dama de la escena antes de conmovernos con el monólogo del tercer acto de «Doña Rosita la soltera», de Lorca. Español y catalán, unión.