Carlos Rodríguez Braun

Presupuestos y mercado

La Razón
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Ha vuelto a suceder. En estos Presupuestos Generales del Estado de 2017 el lenguaje de la política y los medios de comunicación se ha llenado de retórica económica. Se habló de «mercadear», de la «negociación» de los Presupuestos, del «precio» que ha tenido que pagar el Gobierno, y de lo mucho que han «ganado» algunos políticos; fue el caso de los representantes del PNV y del señor Quevedo, de Nueva Canarias, al que hemos visto una y otra vez en multitud de imágenes y que, en otras circunstancias, habría seguido siendo, como la mayoría de los diputados, un perfecto desconocido para el grueso de la opinión pública. Ellos han obtenido «ayudas», «beneficios» e «inversiones» que el Estado concederá a sus respectivas autonomías, y que debemos suponer que no se habrían producido en otras circunstancias.

Dirá usted: no hay que ponerse estupendo, eso es lo normal, puesto que sucede en nuestro país y en los demás. Es cierto. Incluso una democracia antigua y consolidada como Estados Unidos tiene una palabra concreta para definir el fenómeno: «logrolling». Originalmente es un deporte «en el que dos concursantes sobre un tronco flotando tratan de derribarse haciéndolo girar con los pies». Su acepción política es: «La práctica del intercambio de favores, especialmente en la política de voto recíproco de la legislación». Por tanto, Rajoy y sus secuaces están haciendo «logrolling» con otros políticos. No hay una palabra en español que la refleje exactamente. Pero puede valer cabildear («hacer gestiones con actividad y maña para ganar voluntades en un cuerpo colegiado o corporación»); clientelismo («protección y amparo con que los poderosos patrocinan a quienes se acogen a ellos a cambio de su sumisión y sus servicios»); camarilla («conjunto de personas que influyen subrepticiamente en los asuntos de Estado o en las decisiones de alguna autoridad superior»); incluso hay una expresión de origen colombiano, «manzanillismo», que combina el actual clientelismo con el fraude electoral más o menos descarado.

Pero estos términos no representan adecuadamente el error de utilizar una retórica mercantil al hablar de Presupuestos y política. Más precisas son otras dos expresiones: lobby o grupo de presión («Conjunto de personas que, en beneficio de sus propios intereses, influye en una organización, esfera o actividad social»), y sobre todo amiguismo («Tendencia y práctica de favorecer a los amigos en perjuicio del mejor derecho de terceras personas»). Esto ya indica la diferencia. Los políticos no «negocian» como la gente en la sociedad civil, que lo hace con su dinero y siempre en beneficio mutuo, porque si no es así, no se entabla contrato alguno. Si hay terceras personas afectadas, podrán reclamar judicialmente si los contratos de otros dañan sus derechos. Con los políticos nunca es así: nunca negocian con lo que es suyo, sino con lo que arrebatan por la fuerza a sus súbditos, cuyo «mejor derecho» es vulnerado. Eso no es un mercado, ni es negociar, ni invertir. Es otra cosa.