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Prevención o muerte

La Razón
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Estos días miramos encogidos al infierno de Portugal pero en el corazón de la Península hay una España vacía, seca y abandonada. Yesca curtida al sol. Hace ya décadas que la extinción no nos deja ver la prevención. Los montes crecen con tiempos más lentos que los que marcan las legislaturas o los procesos electorales nacionales y autonómicos. De los pueblos ya ni hablamos porque no hay quien realice esas tareas que en un tiempo eran voluntarias. Tiempos de «obreriza», «andecha» o «facendera» para los que ya no hay brazos en edad. Así que los bosques llevan medio siglo creciendo en libertad caótica y en las épocas secas son montoneras de leña a la espera de chispa natural o humana para arder. El 80% de la inversión es directa para la extinción y el 20% restante se limita a la limpieza de cortafuegos y puntos de recogida de agua. Como en otros aspectos poco propagandísticos, menos «vendibles» políticamente, estamos en el curar más que en el prevenir. Disponemos de unos excelentes servicios de emergencia. Por eso, en la mayoría de los casos, se consigue parar las llamas antes de llegar a los límites de la muerte. No siempre, tenemos agarrado a nuestra memoria colectiva el incendio de Guadalajara en 2005 en que murieron 11 agentes forestales. La estrategia ya desde hace tiempo es una cuestión de acción rápida, de coordinación y de medios de movilización urgente y efectiva. Dotaciones que no se han visto mermadas en tiempo de crisis. Esta semana la ministra Tejerina aportaba además la incorporación de drones para la vigilancia y control de la evolución. Perfecto, pero no es apagar, es que no prenda. La masa forestal ha sufrido un proceso de descuido que está directamente ligado al abandono del medio rural. La extinción de determinados cultivos en zonas de media montaña, la repoblación de eucalipto y pino, la parcelación, los terrenos, la orografía, el cambio climático y la falta de cuidados nos sitúan en un estado de riesgo permanente al llegar estas fechas. La fragmentación legal tampoco ayuda. El monte no entiende de límites autonómicos ni de lindes. Por eso valga la tragedia de nuestros vecinos para pedir, aunque suene manido, un verdadero pacto de Estado por nuestros montes, que en realidad es por nuestro medio rural. Un pacto de Estado para no quemar a esa España muerta. Para que haya tarea en los meses de silencio en esas zonas de nuestra geografía que saltan de los inviernos de sabañones a los veranos de fuego.