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Primarias

La Razón
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La celebración de los congresos de los cuatro partidos con mayor representación parlamentaria en los próximos cinco meses ha reabierto el debate político en torno a las primarias para la elección de sus líderes. La llamada a este sistema se ha hecho más presente a medida que el debate sobre la «transparencia» se ha extendido al seno de los partidos políticos. Pero su utilización, en sus distintas modalidades, es ya antigua.

El modelo de primarias más conocido es el americano para la elección de los candidatos de los dos grandes partidos a la Presidencia de EE UU. Un proceso largo y costoso adaptado a un sistema en el que los partidos al modelo europeo no existen, y sólo se movilizan cada cuatro años para abordar este proceso y la elección posterior entre los candidatos elegidos en esas primarias por cada uno de ellos.

También han llegado a los laboristas ingleses, quienes las abrieron, no sólo a militantes, sino a cualquiera que pagara unas pocas libras y dijera que coincidía con los principios del laborismo, lo que movilizó a los conservadores para apuntarse y votar a favor del candidato más radical (Corbin), para hacer más difícil su victoria en las elecciones. Ganó el conservador Cameron con mayoría absoluta. Lo copiaron los conservadores franceses, y ha permitido elegir al menos esperado, Fillon, frente al favorito Juppé, y al más temido Sarkozy. Sistema que incentiva el voto «en contra» de manera encubierta, no a favor, y puestos a ello, sería interesante aplicarlo sin subterfugios a la elección de los partidos y de los representantes de los ciudadanos, y sabríamos realmente el grado de apoyo y de rechazo de cada uno de ellos.

En España su introducción no fue fruto del debate sobre transparencia interna en los partidos, sino de la resistencia a que el «aparato» impusiera al sucesor de quién lideró el partido muchos años. La victoria de Borrell frente a Almunia en 1998 no fue la de una alternativa sólida y ordenada, sino la suma de agraviados, cabreados y algunos de buena fe, que se rebelaban contra la dirección. Desde entonces han acudido a ella en sus crisis con los resultados conocidos. La última, la de Pedro Sánchez. Pese a todo, el actual debate sobre la transparencia ha vuelto a presentar esta fórmula como el bálsamo de Fierabrás para evitar el mal de los partidos, hasta el punto de que alguno lo exigió para firmar pactos con otros (Cs), entrometiéndose en su autonomía, hasta que la aparición de denuncias y discrepancias internas sobre su liderazgo actual le han llevado a regular «convenientemente» el sistema para la elección de la dirección.

Algo parecido le ha ocurrido al asambleario y participativo Podemos con la riña entre el uno y el dos y el funcionamiento de sus «círculos», que al parecer han quedado para marear en esta guerra por el control del aparato. El contagio ha llegado hasta el PP, que busca fórmulas para que parezca que las hay sin haberlas, tratando de que no le cause los daños originados en otras formaciones, y blindar a la dirección.

Éste es un asunto propio de los partidos y su funcionamiento interno. A los ciudadanos lo que les preocupa es poder elegir directamente a quienes les representen, para lo cual hay que acercar al elector al elegible en circunscripciones más pequeñas, que les permitan conocerle, sus propuestas, lo que hace, y pedirle cuentas de ello. Todo lo que no sea aproximarse a este sistema difícilmente servirá para favorecer la transparencia y paliar el alejamiento entre los políticos y los ciudadanos.